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Pueblo, autoridad, poder y libertad


El autoritarismo -ya comunista, ya fascista, ya religioso- niega la autoridad, ya que si la autoridad es el sostén de las libertades, una sociedad totalitaria destruye la autoridad cuando conculca los derechos y las libertades.

Si fuera cierto, como apunta Robert Michels (1), que en una democracia "el único derecho que el pueblo se reserva es el privilegio ridículo de elegir periódicamente a un grupo de amos", habría que aceptar que toda lucha por la democracia es una berrinchuda tontería.

Cuba debería entonces renunciar hasta a ese privilegio ridículo de elegir y aceptar eternamente un poder que la aniquila, envilece y pervierte, sin otra opción que obedecer mansamente.

Pero ocurre que luego de medio siglo bajo el cetro de un líder carismático, excluyente y elitista, se siente en la necesidad de elegir a "otro grupo de amos" que le permita, por lo menos, cotejar la relación entre autoridad y poder, para, aunque sea, modificar el vasallaje, y por eso, quizás, no ceja en su empeño de alcanzar la democracia.

Siempre que leo en un despacho de prensa o escucho en un discurso o en una valoración académica los términos "autoridades cubanas", el estómago me da una voltereta y siento en las neuronas cierto respingo cerril. No puedo asimilar -como un pugilista que recibe par de oper-caut en zona baja- que los gobernantes cubanos sean definidos como autoridades.

No hablaría yo, en el caso de los Castro, de autoridades sino de autócratas, para darle a su poder el significado real que le corresponde. Al abordar el concepto de poder, varios estudiosos han retomado la definición de Max Weber (2), como la probabilidad de tomar decisiones que afecten la vida de otros, pese a la resistencia de éstos, y eso no es autoridad legítima.

Para que la autoridad sea legítima -y el poder de que está investida actúe adecuadamente- se hace indispensable un determinado grado de aceptación de los gobernadores por parte de los gobernados, y que este acatamiento esté fundamentado en leyes que "los sin poder" entiendan como correctas y tengan un carácter institucional.

La diferencia entre poder y autoridad legítima radica en que esta última previene la aplicación de la fuerza y el poder autoritario la aplica sin miramientos. De ello da fe la filósofa alemana Hannah Arendt (3) al asegurar que "cuando se usa la fuerza es que la autoridad ha fallado". Lo que es reafirmado por el estudioso italiano Giovanni Sartori, quien ha afirmado que "en tanto el poder ordena y está respaldado, si es necesario por la imposición, la autoridad "apela", y deja de ser tal si se impone".

En Cuba la imposición -tan vetusta como quienes la ejercen- es pan diario. No parece entender la gerontocracia isleña que mientras el poder se ejerce por medio de la fuerza tiene su sustento en la violencia, y no generará respuesta diferente.

No parecen haber entendido nunca que sólo cuando un entramado de autoridad legítima se desbarranca, o un líder, por más carismático, manipulador o persuasivo que haya sido pierde su autoridad, debe recurrir al poder -que le permite la fuerza y la violencia- para asegurar un estado de aceptación que es mas bien conformidad roñosa.

No ha entendido tampoco la cúpula gobernante cubana que quien se somete a un poder represivo no está sujeto a esa voluntad ajena sino que simula una aceptación a regañadientes que le permita sobrevivir hasta el momento de la evasión.

Son incapaces de comprender que la libertad solo adquiere sentido cuando la aceptación de la autoridad -que no del poder- es inseparable de la participación en una vida gobernada por leyes coherentes que la garanticen.

Es el propio Giovanni Sartori (4) quien ha afirmado que: "la libertad verdadera acepta la autoridad de la misma forma en que la autoridad verdadera reconoce la libertad. La libertad que no reconoce la autoridad es una libertad arbitraria y, viceversa, la autoridad que no reconoce la libertad es autoritarismo... la democracia necesita la autoridad y no es, sin embargo autoritaria.

El autoritarismo -ya comunista, ya fascita, ya religioso- niega la autoridad, ya que si la autoridad es el sostén de las libertades, una sociedad totalitaria destruye la autoridad cuando conculca los derechos y las libertades.


1-: Robert Michels (Colonia, Alemania, 1876; Roma, 1936) sociólogo, especializado en el comportamiento político de las élites intelectuales.

2-: Maximilian Carl Emil Weber (Erfurt, 1864, Múnich, 1920) filósofo, economista, jurista, historiador, politólogo y sociólogo alemán, considerado uno de los fundadores del estudio moderno.

3-: Hannah Arendt, nacida como Johanna Arendt, (Linden-Limmer, hoy barrio de Hanóver, Alemania, 1906 - Nueva York, Estados Unidos 1975) fue una filósofa política alemana de oriegeb judio, y una de las más influyentes del siglo XX.

4-: Giovanni Sartori (Florencia, Italia 1924) es un prestigioso investigador en el campo de la Ciencias Políticas, especializado en el estudio comparativo de la política. Su obra es de las más destacadas de las ciencias sociales, contando con libros fundamentales como Partidos y Sistemas de Partidos y Teoría de la Democracia.

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