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Yo soy El Olonés y valgo lo mismo vivo que muerto


 Jean David Nau o Francisco Nau El Olonés.
Jean David Nau o Francisco Nau El Olonés.

En 1667 el filibustero francés asalta las ciudades cubanas de Batabanó, San Juan de los Remedios y Puerto Príncipe, por lo que su riqueza, prestigio y poder entre los temibles hermanos de la costa aumenta a un punto tal que llega a comandar una flota de hasta cincuenta navíos piratas artillados hasta los dientes

Yo soy El Olonés y valgo lo mismo vivo que muerto, dicen que dijo el pirata François L'Olonnais, conocido también como Jean David Nau o Francisco Nau El Olonés, para sus acérrimos enemigos los españoles, al aparecer intempestivamente en una misa espiritista en la localidad de Guisa, en el oriente de la isla de Cuba, allá en los finales de la década del cincuenta y poco antes, aseguran los oculistas, de reencarnar como enfurecido escriba en la región central de la mencionada isla.

Yo soy el Che Guevara y valgo más vivo que muerto, asegura el capitán y agente de la CIA Félix Rodríguez que dijo, unos años más tarde, el guerrillero marxista Ernesto Che Guevara, pirata de pacotilla, alzando las manos ante la boca de los fusiles que le apuntan al pecho sus captores allá en la Quebrada del Yuro, cerca del pueblo La Higuera, en Bolivia.

El Olonés y el Che dos hombres igualmente dados a matar, pero dos diferentes maneras de ver la muerte. El uno marxista le teme pues, diría, la vida es lo único que tengo y, si la pierdo nada tengo, nada soy, puesto que el alma no existe, fantasmagoría, oscurantismo, opio para los pueblos; luego, cómo me las arreglaría entonces con la nada, con mi cuerpo putrefacto, comido de gusanos, gusanos, ¡ay!, malditos miamenses; ¡Félix Rodríguez qué malo eres, ay, qué malo eres! El otro sin una reconocida religiosidad, aunque probablemente hotentote, no tendría sin embargo modo ni ganas de negar el alma puesto que, en el momento de la declaración se encontraba, precisamente, ante la realidad del alma, alma en pena quizás, pero alma al fin, alma atormentada quizás, pero alma al fin.

Y si el Che era médico, o al menos eso decía, El Olonés por su parte se hacía servir a bordo del mejor de los médicos con que contaron nunca los matarifes de Tortuga, el cirujano Alexandre Olivier Exquemelin, prosista y pirata por más señas quien, por otro lado, sirvió también a otro famoso filibustero, al inglés Henry Morgan. Así, como apuntamos en artículo anterior, el autor y aventurero relata los oscuros orígenes de El Olonés, y abunda en la historia de Morgan y de sus principales operaciones de piratería y latrocinio llevadas a cabo por ambos feroces fuera de ley en contra de las ciudades hispanas del hemisferio. En cambio, el asmático argentino no contó con cronistas de sus menguadas operaciones de guerra, sino que él mismo se hizo sus crónicas a la medida de su enorme ego, de la propaganda para su enorme ego, por lo que escribió montón de discursos, diarios de campaña, relatos de guerra, correspondencia, reportajes y manifiestos sin necesidad de un Exquemelin que pudiera, horror, no ser lo suficientemente laudatorio de su lucha.

El Olonés fue uno de los últimos filibusteros franceses y, además, uno de los forajidos de más osado accionar en tiempos del escritor Exquemelin, nacido en Les Sables d’Olonne hacia 1630 y muerto en Darién hacia 1669, arriba a las Antillas en 1650 en calidad de engangée (lo mismo que Exquemelin), cuando contaba unos 20 años de edad y sirve como esclavo durante tres, antes de hacerse cazador en lo intrincado de los bosques, bajo el peligro permanente de caer prisionero a manos de los lanceros españoles y, en consecuencia, de ser quemado vivo, lo que al parecer hace nacer en el joven francés un odio sin límites contra las autoridades peninsulares, para posteriormente ser admitido en la muy selecta Cofradía de los Hermanos de la Costa. En sus escritos Exquemelin no le llama El Olonés, sino François L'Olonnais, pues su apodo es posterior y procede de su lugar de nacimiento, Les Sables d’Olonne, aunque para la fecha en que el prosista lo conoce ya era capitán y había sido elegido para atacar la ciudad de Maracaibo.

Exquemelin escribe acerca de los comienzos del despiadado pirata: “Fue en su juventud transportado a las islas Caribes en calidad de esclavo y habiendo acabado el término de su esclavitud, vino a la isla La Española, donde se metió entre los cazadores por algún tiempo, antes que se diese a las piraterías contra los españoles. Hizo dos o tres viajes en calidad de marinero, y en ésta se mostró valiente, con lo que avanzó en la buena gracia del gobernador de Tortuga, llamado Monsier de la Place, de tal suerte que le dio éste un navío, haciéndole capitán de él para que fuese a buscar su fortuna. Favorecióle la suerte en poco tiempo, pues adquirió mucha riqueza, habiendo usado de grandes crueldades con los españoles que hicieron correr su reputación por todas las Indias”.

Así, después de cansarse del poco lucrativo oficio de cazador en La Española, El Olonés pasó a Tortuga donde le proporcionaron ocho naves y cuatrocientos hombres bajo su mando, y con ellos se dispone a atacar Campeche, pero con tan mala pata que naufraga en las cercanías de la costa, para a duras penas conseguir escapar con un grupo de esclavos y regresar a Tortuga. Exquemelin escribe al respecto que “retirándose después a los bosques, donde vendó sus llagas lo mejor que pudo, hasta que mejoró de ellas, y se fue hacia la ciudad de Campeche, disfrazado totalmente con vestidos españoles. Habló allí con algunos esclavos a los que prometió hacer francos en caso que le quisiesen obedecer y se fiaran de él. Aceptaron sus promesas, y, robando de noche una canoa a uno de sus amos, se fueron a la mar con el pirata. Los españoles tenían entretanto a algunos de sus camaradas en prisión y les preguntaron: ¿Dónde está vuestro capitán? A lo que le respondieron que era muerto, al saber cuya nueva los españoles hicieron muchos festejos entre sí (…) Entretanto el Olonnais se dio prisa con los esclavos para escapar…”

En 1667 el filibustero francés asalta las ciudades cubanas de Batabanó, San Juan de los Remedios y Puerto Príncipe, por lo que su riqueza, prestigio y poder entre los temibles hermanos de la costa aumenta a un punto tal que llega a comandar una flota de hasta cincuenta navíos piratas artillados hasta los dientes.

Refiere Exquemelin que, en 1668, encontrándose El Olonés en Cayo Fragoso, al noreste de Sagua La Grande, en la actual provincia de Villa Clara en Cuba, se percató de que se aproximaba una fragata española que había mandado el gobernador de La Habana para atraparlo y ejecutarlo pero que, veleidades de la fortuna, el pirata terminó rebanándole la cabeza a sus perseguidores peninsulares: “Al alba los piratas comenzaron a combatirlos con sus dos canoas, de una y otra parte, con tal ímpetu, que aunque los españoles cumplieron con su deber, defendiéndose cuanto pudieron, tirándoles también algunas piezas de artillería, los rindieron con la espada en mano, obligándolos a huir a las partes inferiores del navío. L’Olonnasi los mandó subir uno a uno y les iba así haciendo cortar la cabeza”.

Parece ser que, siempre según los ocultistas, la incidencia de las arriesgadas acciones del filibustero francés en territorio cubano, específicamente en la región central, determinarían para que el alma de El Olonés, o Pirata, como se le conoce en los círculos esotéricos, reencarnara empecinada en dichos lares de la isla tal cual anunciara, fanfarrón, en la misa espiritista en la localidad de Guisa, en el oriente del país.

Tras la escabechina de españoles al noreste de Sagua La Grande, El Olonés regresa a su base en isla Tortuga y, luego merecido descanso, en ese mismo año se asocia con Miguel el Vasco, otro gran jefe filibustero, para atacar las ciudades de Maracaibo y Gibraltar en lo que sería la primera gran expedición de filibusteros que encabeza El Olonés contra el continente suramericano, campaña para la que logra reunir ocho veleros y un cuerpo de desembarco compuesto de 650 hombres bajo sus órdenes y sobre la ruta de Maracaibo, objetivo del ataque, toman buen botín entre el que destaca una nave española cargada de cacao y un tesoro de 300 mil táleros de plata.

La ciudad de Maracaibo se encuentra situada al extremo del lago del mismo nombre, en Venezuela, comunicándose con el mar mediante un estrecho canal, defendido por una fortaleza, por lo que El Olonés y el Vasco desembarcan sus tropas fuera del alcance de los cañones del fuerte para maniobrar y atacarlo de manera que lo toman con relativa facilidad. Posteriormente las fuerzas filibusteras remontan el canal y atacan la ciudad, por entonces de unas cuatro mil almas, que a pesar de la encarnizada resistencia es dominada por la tropa de piratas. Así nos narra el escritor Exquemelin el combate por la toma de Maracaibo y el valor desplegado por el filibustero francés: “Los piratas, desde una legua de esta fortaleza, avanzaron poco a poco, pero el gobernador había puesto algunos españoles en emboscada, para servirse de ellos en retaguardia, y coger mejor al improviso enemigo por las espaldas, cuando cayeses sobre él por delante, designio que los piratas conocieron, de manera que estaban sobre aviso, por lo que dicha emboscada fue combatida de suerte que no pudo retirarse nadie al Castillo. Entretanto el pirata, continuando aprisa, avanzó con sus compañeros valerosamente, y después de un combate de cerca de tres horas, se hicieron señores, y triunfaron, y eso sin más armas que sus puñales y espadas…”

Mientras los piratas se ocupan del pillaje de la ciudad, reciben el aviso de que un destacamento español de refuerzo ha sido enviado para socorrer a los habitantes de Maracaibo, por lo que El Olonés decide salir al encuentro del enemigo al frente de un grupo de 380 hombres y, dando muestras de eficacia y valentía, ataca con ímpetu tal que en breve consigue despachar al otro mundo al destacamento de peninsulares en un sitio no lejos de la pequeña ciudad de Gibraltar.

En el bando español se registran 500 hombres muertos en combate, mientras que entre los filibusteros sólo se registran 40 muertos y 30 heridos. El Olonés pasará seis semanas en la ciudad de Gibraltar, donde decapitó por su propia mano al gobernador español y a varios vecinos, librándose con sus hombres al pillaje, para al final abandonarla con un fabuloso botín a cuestas al declararse una repentina epidemia entre los piratas, por lo que queman la ciudad y regresan hacia Maracaibo y la saquean nuevamente. El botín asciende ésta vez a unas 260 mil monedas de oro, además de un auténtico tesoro compuesto de objetos religiosos, piedras preciosas y joyas de oro y plata valorado aproximadamente en unas 100 mil coronas.

Hay que decir que si por un lado El Olonés ostentaba un valor a toda prueba, por el otro ostentaba también una ferocidad sin límites, de la cual Exquemelin toma nota para la posteridad: "Yo asistí a una escena que en verdad me dejo estremecido de terror. En los primeros momentos del saqueo, habiendo hecho un prisionero, el Olonés le exigió que condujera a sus hombres a aquellos lugares donde hubiera mayores riquezas, porque su afán de apoderarse de ellas era muy grande. Pero el prisionero era muy bravo y se negó. El Olonés lo amenazó con someterlo a crueles tormentos, pero aún así el prisionero siguió resistiéndose. Entonces el Olonés ordenó que lo amarraran a un árbol y, cuando sus hombres se hubieron apresurado a cumplir esta orden, él de un tirón separó sobre el pecho del prisionero su casaca, y luego extrajo su cuchillo y le asentó un descomunal tajo que le desgarró la carne. La sangre brotó en seguida, pero esto no conmovió al Olonés. Con la ferocidad que le daba su odio a los españoles, introdujo la mano en la herida del prisionero y le arrancó el corazón, que ofreció a uno de sus propios hombres. Éste se lo comió crudo, con la carne aún palpitante".

El prosista pirata da cuenta del reparto de botín por parte de los asaltantes: “Después de haber hecho cuenta de todo lo que tenían entre manos, hallaron en dinero de contado, doscientos sesenta mil reales de ocho. Una vez repartido esto, recibió cada uno, piezas de seda, lienzo, y otras cosas (…) Las personas heridas recibieron su parte primero que todo (esto es la recompensa) y quedaron con dineros aunque muchos mutilados de algunos de sus miembros. Pesaron después toda la plata labrada, contando a diez reales de a ocho la libra. Las joyas se tasaron en muchas diferencias, a causa de su poco conocimiento. Habiendo hecho cada uno el juramento de no haber guardado subrepticiamente cosa alguna que tocase al común, pasaron al reparto”.

Tras la espectacular victoria de Maracaibo y Gibraltar, El Olonés procura en su próxima expedición asaltar, arrasar y saquear un país entero, nada menos que Nicaragua, para lo cual reúne una flota de 6 navíos y 700 filibusteros bajo sus órdenes. El primer objetivo de la campaña es el Cabo Gracia de Dios, pero la fuerza pirata se ve sorprendida por una tempestad y las enfurecidas corrientes empujan las naves hasta el Golfo de Honduras, donde los bandidos del mar deciden entonces calentar el brazo en la costa hondureña hasta que el tiempo les permita seguir rumbo, asaltando pequeñas aldeas indias de pescadores de tortugas, destrozando sus chozas y hundiendo sus canoas y, en consecuencia, el botín es poco. La primera presa de mediana importancia, resulta ser una nave española artillada de 30 cañones, en Puerto Caballo. Después El Olonés decide hacer una incursión tierra adentro y obliga a sus prisioneros para que le sirvan de guía hacia la ciudad de San Pedro, pero el avance a través de la espesa selva se revelará duro para los expedicionarios, no sólo por lo difícil del territorio en el que avanzan sino también por el hostigamiento de las fuerzas españolas, avisadas ahora de las verdaderas intenciones de los filibusteros bajo el mando de El Olonés.

Luego de una empecinada resistencia por parte de los soldados españoles, San Pedro es tomada por las fuerzas filibusteras aunque ya la mayoría de sus habitantes ha huido y tenido tiempo suficiente de poner a buen recaudo sus bienes, por lo que El Olonés prende fuego a la ciudad y regresa hacia la costa muy debilitado. El Olonés, no obstante el fracaso, domina a sus hombres con la promesa de un pronto y rico botín y enseguida se ponen al acecho de una nave a la cual puedan abordar y saquear cuando, luego de tres meses de espera, aparece un navío español, pero, se percatan de que es un adversario duro de pelar debido a sus 41 cañones y sus 130 hombres. No se arredran, atacan sin miedo y finalmente salen vencedores aunque, !oh sorpresa!, los filibusteros se aperciben de que no hay oro ni plata como ellos esperaban, sino un cargamento de papel y acero. El misérrimo botín mina la moral de los bandidos del mar y se dividen en tres grupos, uno de estos grupos se cohesiona en torno a El Olonés que decide permanecer en el Golfo de Honduras con unos 300 hombres, al acecho de nuevas presas que no aparecen por ningún lado. Los hados, nefastos ahora, se abatían sobre el alma del hombre que, espada en mano, se había abierto camino una centella en la selva de la vida dejando un rastro de cadáveres ensangrentados.

Entonces ocurre que El Olonés encalla con sus hombres en un banco de arena, están hambrientos y fatigados, pero son hombres de mar y guerra y se ponen a la obra de descargar la nave del lastre de los cañones y demás objetos de peso, sin éxito, pues el navío no vuelve jamás a flote y, durante seis meses, El Olonés vaga como un zombi por el litoral, mientras debe defenderse de los ataques sin tregua de los indios que ahora parecen tomar venganza por sus pasadas crueldades, hasta que finalmente, voluntad de sobrevivir a toda costa, logra con los 150 hombres que le restan, mediante barcas planas construidas por ellos mismos, arribar hasta la desembocadura del Río San Juan, que le abre el camino hacia el lago Nicaragua pero, una vez allí, fuerzas combinadas de indios y españoles que parecen disputarse la cabeza del endemoniado filibustero lo obligan a retroceder, y entonces la única opción que le queda es continuar navegando a vela con las barcas planas siguiendo la línea de la costa del Golfo de Darién.

Se ven precisados a desembarcar en la costa de Darién para adentrarse en tierra en busca de alimentos y agua potable, por lo que, enfebrecidos y delirantes, deciden atacar un poblado de indios dándose la infeliz ocurrencia de que, mala pata la de El Olonés ahora, no son indios del montón, sino que son indios caníbales, y que no sólo se defienden como gato bocarriba, a flecha limpia y trampa sucia, sino que hacen prisionero al pirata, y no sólo hacen prisionero al pirata sino que, siempre según Exquemelin, “…le cogieron y despedazaron vivo, echando los pedazos en el fuego y las cenizas al viento, para que no quedase memoria de tan infame inhumano”.

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