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Tapando las vergüenzas


La crónica más negra asoma en las páginas de la prensa oficial castrista solamente cuando se trata de hechos lejanos, aunque con especial interés por los acaecidos en países vecinos como Estados Unidos, pero también, últimamente, en algún que otro país europeo.

Si hay un país en el que no exista la crónica negra este es claramente Cuba. Sin lugar a dudas es casi seguro que en el país suceden los más variados y dramáticos casos que además ocuparían, en otras partes del mundo, grandes titulares en los informativos y abrirían las portadas de los periódicos locales a cinco amplias columnas. En lugar de esto, la prensa del régimen sigue manteniendo a los lectores de la prensa cubana alejados de una parte destacada del acontecer noticioso en cualquier sociedad: el suceso. Un género periodístico borrado prácticamente de la prensa cubana.

No obstante faltaríamos a la verdad si no reconociéramos que efectivamente la crónica más negra asoma en las páginas de la prensa oficial castrista solamente cuando se trata de hechos lejanos, aunque con especial interés por los acaecidos en países vecinos como Estados Unidos, pero también, últimamente, en algún que otro país europeo. Cuantas más críticas a los derechos humanos salen de un país, más posibilidades tendrá de salir en la prensa castrista reflejado desde su perfil más amargo y truculento. Pasa con los sucesos en Estados Unidos o los altercados en Chile y España. La prensa cubana tiene un espacio para los sucesos extramuros mientras oculta los propios, que no deben ser pocos. Como más desesperada es la situación socioeconómica de un país más probable es que se den hechos noticiosos cargados de tragedia. Cuba probablemente no sea una excepción, pero sólo lo podemos ver reflejado en los reportes de la prensa independiente cuando aporta testimonios directos que, por otro lado, no pueden ser contrastados con nada ni nadie.

El régimen necesita mantener a los cubanos alejados de su propia realidad, la cotidiana, ya que al lado del triunfalismo oficial exhibido en los medios no puede haber ni la más mínima pizca de realidad que, probablemente, amenazaría con romper con la narración oficial del país, la que sólo sabe habla de los supuestos grandes logros. Además, hay que tener en cuenta que todo suceso trágico puede incluso levantar debates o interrogantes respecto a las medidas preventivas de las instituciones y los gobiernos. Para ello también es importante que estos mismos gobiernos sepan cumplir con su compromiso de transparencia ya que un gobierno que no sea transparente no es gobierno de todos. Pero claro, hablamos de gobiernos. Cuando nos referimos al compromiso de transparencia está claro que nos dirigimos a gobiernos que juegan a favor de las reglas democráticas, no a la lógica tiránica que se practica en Cuba a beneficio de una élite que mantiene secuestrada la voluntad y soberanía de todo un pueblo. Después de 52 años de dictadura, debemos reconocer que la guerra de la independencia de la Isla de Cuba, la guerra por la libertad, está todavía por cerrar, a la espera de que se escriba su último y definitivo capítulo, aquel que debería traer al país los derechos individuales, hoy totalmente desaparecidos, e instalar la normalidad del Estado de derecho y la democracia en el país. El castrismo es una circunstancia momentánea de la historia de Cuba porque, a pesar de que desde nuestra perspectiva de humanos de corta vida, 52 años parezcan una eternidad, no es prácticamente nada con los siglos que le esperan al país para disfrutar de un contexto de libertad y de un auténtico sistema respetuoso con la dignidad humana.

La prensa castrista no se muestra sólo reacia a publicar los sucesos propios del territorio nacional sino que también no tiene ni el más mínimo interés para dar a conocer entre su resignada audiencia los asuntos más espinosos de los países con los que mejores relaciones bilaterales mantiene, como sería el caso de Venezuela. Y eso a pesar de que el país que dirige Hugo Chávez aparece a menudo en la prensa internacional por los altos índices de violencia que se registran y que convierten la vida de sus ciudadanos en una auténtica pesadilla. Hace escasas semanas se daba a conocer una estadística según la cual en un fin de semana llegaron a morir más personas en la capital venezolana, Caracas, que en Afganistán, un país en conflicto.

Como los sucesos sólo existen en la prensa cubana cuando pueden manchar la reputación de cualquier sociedad avanzada, no hay nadie en la Isla que tenga acceso a este tipo de informaciones. Las naciones que se refugian alrededor de los rayos que irradia el castrismo deben mantenerse también limpias e impías. Como en Cuba, ninguna realidad desagradable puede enturbiar la imagen idílica que los líderes quieren proyectar de sus sociedades en estado de ruina. Sus poblaciones tienen que vivir embrujadas y para ello el control de la información sigue siendo el principal aliado de los autócratas.

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