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Represión castrista: un prontuario de maldad


La represión fue y es la última cara del sistema, y no es de dudar que en sus postrimerías, procure acallar el clamor de los sin derechos con una ferocidad sin antecedentes.

La capacidad de maniobras del régimen cubano es innegable. Ha tenido la habilidad de reinventarse en más de una ocasión, sin temor a contradecir la ideología sobre la que dice sostenerse.

Pero en la sobrevivencia del totalitarismo ha influido de manera determinante su capacidad represiva. Otros factores han concurrido a su longevidad, pero evidentemente el castigo o la reprimenda, según el caso, ocupa un sitial importante en el arsenal que le ha permitido conservar el poder.

La represión no ha podido sofocar a la oposición aunque sin dudas la ha controlado eficientemente, al extremo que nunca ha sido, a pesar del heroísmo de quienes en su momento ejercieron el derecho a actuar en base a sus convicciones, un peligro a la estabilidad del régimen.

La represión en Cuba puede ir desde la brutalidad extrema a la sofisticación más exquisita. Es constante, relativamente uniforme en sus reacciones y enmarcada en un proyecto en el que el victimario responde a un plan general y no a situaciones coyunturales.

La policía política cubana, en cualquiera de las siglas con las que se identifique, es fría y calculadora porque procura evaluar previamente los perjuicios que se derivan de sus acciones.

La represión ha sido institucional. Su aplicación en tiempo y profundidad depende del alto gobierno, no de un funcionario que en base a su humor, carácter y prejuicio toma decisiones.

Cierto que los resultados pueden variar, la represión no es una ciencia exacta como las matemáticas, pero con la planificación y coordinación en su implementación, se pueden disminuir los daños colaterales que puedan afectar los cimientos del poder.

La represión ha tenido a su disposición incontables recursos para imponer el control. No ha dudado en aplicar la violencia extrema, la cárcel, el paredón de fusilamientos, o el abuso en cualquiera de sus formas, pero siempre lo ha hecho enmarcado en la mayor discreción, y cuando esto no ha sido posible, ha recurrido a las turbas divinas del castrismo para aplastar cualquier oposición.

Los mítines de repudio, Camarioca, las Brigadas Johnson, las cacerías de El Mariel, los sucesos de la embajada de Perú, los balseros de 1994, los acosos y golpizas contra la oposición, los arrestos de la Primavera Negra y las vilezas contra las Damas de Blanco, son un apretado resumen del prontuario de maldad del totalitarismo cubano que procura extirpar todo lo que pueda afectar su sobrevivencia.

Esta labor deleznable ha sido cumplida, las más de las veces, por funcionarios vestidos de civil que liderando concentraciones de supuestos ciudadanos irritados han aplastado y sofocado la dignidad ciudadana. Este cuadro de civiles contra opositores, le ha permitido al régimen disfrutar por años una imagen de falsa popularidad, que fue muy útil para esconder bajo la alfombra del totalitarismo todas las brutalidades.

En la prisión la situación es diferente. El esbirro está vestido de verde olivo o al menos la pistola la lleva al descubierto. Los interrogatorios despiadados. Aislamiento. Severas modificaciones ambientales. Fusilamientos, ejecuciones extrajudiciales, largas condenas a prisión, torturas que incluyen experimentos biológicos como los de la escalera de Boniato, la aplicación del pentotal sódico y los electroshock entre otras bestialidades, sin que se olviden los ahogamientos de la laguna de Topes de Collantes, son realizados por funcionarios que usan uniformes y sus grados, porque saben que solo los sobrevivientes podrán ser testigos de sus crímenes.

La represión uniformada ha sido la mayor parte de las veces encubierta. El sicario, el esbirro, viste de civil. Los autos policiales circulan por lo regular como vehículos regulares y los arrestos no son informados por los medios salvo que forme parte de una campaña que tiene el fin de generar una intimidación masiva, o enviar un mensaje al exterior de que el régimen proyecta algo de proporciones que trascenderán las fronteras.

No obstante, la represión es la isla está cambiando, no es que sea menos brutal, sino que se está quitando la careta. Los gases lacrimógenos y los policías antimotines rompen el ancestral principio castrista de tirar y esconder la mano, lo que implica que el régimen está en una fase de agotamiento irreversible, ya que su principal instrumento de control se está deteriorando.

El ciclo final de la dictadura se aproxima. Sin contar el obituario, en días o meses, el régimen está acabado, su liderazgo ha perdido la confianza de quienes le creyeron por décadas, y la fatiga del poder ha alcanzado a los más conspicuos de sus dirigentes.

Pero la represión fue y es la última cara del sistema, y no es de dudar que en sus postrimerías, procure acallar el clamor de los sin derechos con una ferocidad sin antecedentes.

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