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No puede salir de su casa


Acoso y detención del periodista cubano Henri Constantin
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Acoso y detención del periodista cubano Henri Constantin.

Henri Constantin afirma: "quería salir de mi casa temprano, a resolver mis problemas"; pero había una orden de que este periodista no podía salir de su casa.

El periodista independiente Henri Constantin publicó el 8 de enero en su página de Facebook lo que ocurrió cuando intentó salir de su casa en Camagüey, ciudad donde reside.

"–No puede salir de su casa.
¿Por qué?
No puede salir de su casa.
¿Tienen algún papel?
No puede salir de su casa.

Eso lo viví hoy. Lo vivió, sin tantas palabras pero con más patrullas, Yiorvis A Bravo Denis. Lo vivieron unos cuantos pastores y fieles de iglesias camagüeyanas y tuneras, y Mario Felix Lleonart Barroso en Villas Clara, junto con sus familias.

Lo vivió –lo está viviendo– de manera más brutal e ilegítima, el pastor De Quesada Salomón Bernardo al que le invadieron esta madrugada –con nocturnidad y alevosía su casa, para demolerle la nave construida con su esfuerzo y el de decenas de fieles, que han decidido practicar su religión sin sol ni lluvia. Pero con libertad, y en Cuba, que sí es un delito.

Yo no sabía nada. Quería salir de mi casa temprano, a resolver mis problemas. Pero había una patrulla y un muchacho en una moto ajena, con un teléfono nervioso que hacía las veces de cerebro. Y una orden de que este periodista no podía salir de su casa. Entré. Llamé a algunos amigos. Entendí lo que pasaba, y traté de explicárselo a otros: vicios del periodismo.

Y decidí salir, porque me acordé de que soy un ser humano –convencido de sus derechos y además, lo admito inmodestamente, porque me sobran las cosas necesarias para defenderlos.

Me detuvieron –ahí está el video. Terminé en la oficina de una unidad policial, con el teléfono retenido. Y luego, tres hombres de civil de los que no dicen nombre y apellido, trataron de conversar conmigo, en el mismo estilo de hace tres años atrás.

Llovieron sus amenazas: 'te puede caer el peso de la ley un día', de hablar mal de la gente buena que respeto: 'el templo de Bernardo de Quesada es una ilegalidad que no vamos a permitir', y yo: '¡pero es que quien les paga a ustedes es ilegal, no ha sido electo por el pueblo y no tiene derecho a definir qué es legal!', de ensuciarme: 'Respetamos tus ideas y convicciones, podemos hablar, tú puedes ser como los Cinco', y yo endureciendo la mirada: 'Me caen mal, y además, son ustedes los que están en el bando perdedor, a la larga. Deberían meditarlo', y me paré y abrí la puerta: 'Si vuelven a ofenderme, yo mismo me voy para el calabozo'. Se disculparon. Regresaron a intercambiarme amenazas con elogios profesionales y personales, y a la repetición desinformada de consignas.

A las tres horas, después de que el jefe se agotara hablando frente a un Henry Constantin que ya había decidido ignorar tanta falta de respeto y guardaba un apabullante silencio, rectificaron: 'Puedes irte'. Fuera de la unidad, mi familia y algunos amigos resueltos de los que provocan nervios en los oficiales, me esperaban.

Eso es todo. Otra escena absurda de este thriller fascinante en que se ha vuelto mi vida. Otra raya para el tigre. Otra pequeña prueba que me refuerza por dentro, y me fortalece las metas.

También son días de prueba para esa comunidad religiosa que perdió su templo, y para sus líderes espero que triunfen. Lástima por tantas personas y recursos que en vez de dedicarse a producir son dedicados contra gente pacífica, religiosos, amas de casa y periodistas. Eso no durará mucho. Se los garantizo.

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