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Un reino de este mundo


Encíclica del papa Francisco. Presentación oficial en la sala del Sínodo en Ciudad del Vaticano el 18 de junio, 2015.
Encíclica del papa Francisco. Presentación oficial en la sala del Sínodo en Ciudad del Vaticano el 18 de junio, 2015.

El llamado del papa Francisco a una revolución cultural en favor del medio ambiente es laudable pero utópico.

Atareado talvez por el lanzamiento de su encíclica "Laudato si", sobre el cuidado de la casa común, en torno a la relación de los seres humanos y el medio ambiente, el papa Francisco no se ha pronunciado sobre las declaraciones de su representante en Cuba, Jaime Ortega, quien afirmó que no hay presos políticos en la isla. Esto puede ser interpretado como un silencio comprometedor del Vaticano dictado por los intereses de la Iglesia en Cuba, pero sin mayores consecuencias comparado con la polémica mundial desatada por lo que muchos ven como una injerencia teológica en el terreno de la ciencia y la separación de la Iglesia y el Estado.

Está bien que una autoridad mundial como el papa Francisco se preocupe por el bienestar de la humanidad que mucho lo necesita, pero sin revivir los fantasmas heliocéntricos del pasado. Así como en la antigüedad costó mucho trabajo aceptar que la Tierra se mueve alrededor del Sol, ahora nos vemos arrastrados por una agria polémica acerca de quién es responsable por el cambio climático y la contaminación ambiental. Ayer fue Galileo por cuestionar los textos bíblicos o introducir doctrinas heréticas, mientras que hoy el blanco de las críticas es el capitalismo salvaje, la deuda externa, los países desarrollados y una retahíla de argumentos indiferentes a temas extensamente analizados por el método científico.

La explosión demográfica. Se calcula que la población mundial ya rebasó los 7.000 millones de habitantes, incremento humano que se traduce en una mayor tala de árboles, deforestación, escasez de alimento, agua potable, contaminación ambiental, enfermedades desconocidas, expansión continua de una masa universal que va devorando como un cáncer las especies que habitan los mares y la tierra acercando a la humanidad a lo que ya se conoce como la sexta extinción, potencialmente la peor de todas porque será provocada por el hombre.

El mundo ha sufrido ya cinco extinciones, si bien por otras causas a las que confronta hoy la humanidad, pero no menos desastrosas para la biodiversidad que ha resultado de miles de millones de años de evolución. En la cuarta extinción, por ejemplo, hace 251 millones de años, pereció el 90% de todas las especies marinas y terrestres del planeta. De suerte que a estas alturas de la evolución humana parece demagógico responsabilizar a las economías más desarrolladas por la crisis medio ambiental que amenaza el futuro de la humanidad, cuando países negligentes como Cuba han malgastado sus recursos sin prestar atención durante medio siglo a las fuentes contaminantes de ciudades, ríos y zonas costeras.

Hasta hace unos años, la Iglesia iba por buen camino en la comprensión de la evolución del ser humano, pero la encíclica del papa Francisco (talvez con la mejor de las intenciones) podría contribuir a crear una tensión innecesaria entre la teología y la ciencia. Quizá algunos creyentes ignoran que desde finales del siglo XX la Iglesia Católica aceptó la teoría de la evolución.

Primero fue el papa Pío XII con su encíclica "Humani generis", en la que sostenía que la evolución darwinista era una hipótesis seria, pero que aún no se había demostrado. La encíclica de Pío XII fue corregida en 1996 por el papa Juan Pablo II con la rotunda declaración de que "casi medio siglo después de la publicación de la encíclica de Pío XII, los nuevos conocimientos nos obligan a reconocer que la teoría de la evolución es algo más que una hipótesis", renovadora opinión del Vaticano que tiende un puente entre la teología y la ciencia.

Por consiguiente, si bien es cierto que los seres humanos fomentan el deterioro del medio ambiente, lo hacen en gran medida por causas evolutivas fuera de su control, como es la tendencia de la población a crecer para evitar la extinción ante la acción implacable de la selección natural en busca de adaptación al medio ambiente. De modo que atribuir a unos seres humanos la causa de la desventaja de otros seres humanos puede ser una condición necesaria para aludir al conflicto que emana de la diversidad, pero no suficiente para explicar la desigualdad impuesta por la naturaleza en favor de la supervivencia y la reproducción de la especie.

El determinismo cultural

El llamado del papa Francisco a una revolución cultural en favor del medio ambiente es laudable pero utópico. Casi tengo la certeza de que la Academia Pontificia de las Ciencias lo sabe pero soslaya por no entrar en complejas disquisiciones de difícil comprensión pública.

En el campo de la ciencia no hay nada perdurable, toda teoría será sustituida por otra mejor en algún momento. Por ejemplo, el argumento de que no existen ideas innatas en la mente humana formulado por John Locke en lo que se conoce con la tábula rasa (pizarra en blanco), ha perdido terreno ante los avances de la neurociencia cognitiva, la psicología, las estructuras profundas de Noam Chomsky, los conceptos del tiempo y el color en la antropología, por sólo citar unos pocos. Sin embargo, que la tábula rasa haya perdido terreno no quiere decir que haya quedado invalidada, los seres humanos no nacen con ideas morales abstractas ya formadas, éstas deben ser aprendidas en la cultura o población particular donde uno viene al mundo. Pero nada mejor que un ejemplo práctico y sencillo para determinar la magnitud de este aprendizaje.

En 1790 sólo había tres democracias en el mundo: Estados Unidos, Francia y Suiza. Fue preciso esperar 2.000 años, desde la democracia de Pericles hasta nuestros días, para gozar de un sistema democrático liberal que respeta los derechos individuales de la gente. Por lo tanto, la encíclica del papa Francisco es un primer paso que merece el reconocimiento público, aun cuando sus bienhechoras aspiraciones medioambientales se vean forzadas a recorrer un largo y escabroso camino.

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