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Gonzalo Guillén / ¿Qué es una revolución y quién un revolucionario?


Las revoluciones y los revolucionarios han sido a un mismo tiempo la esperanza y la desesperanza de la humanidad.

Las revoluciones y los revolucionarios han sido a un mismo tiempo la esperanza y la desesperanza de la humanidad, que no siempre ha sabido a ciencia cierta cuáles son las unas ni cuáles los otros.

¿Cuál ha sido más útil y revolucionaria en sí misma para sus destinatarios: la que resulte es un reo del invento de la rueda (obra anónima), la Revolución Francesa o la Bolchevique que le dio paso a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas?

En el mundo actual los únicos revolucionarios generalmente reconocidos suelen ser personalidades algo épicas como Vladímir Ilich Lenin, Ernesto “Che” Guevara, Salvador Allende, Pancho Villa o algunos líderes guerrilleros colombianos, cuyas revoluciones, vistas de cerca, no lo fueron tanto: la Unión Soviética desapareció sin pena ni gloria; El “Che” fracasó en Cuba y en Bolivia y de él solamente quedó la iconografía fantástica; Allende sucumbió en el intento, la mexicana no fue revolución propiamente dicha y los guerrilleros colombianos, lejos de cualquier posibilidad de triunfo, se desviaron hacia el narcotráfico, el secuestro, la extorsión y el genocidio.

En cambio, no existe ningún culto a la personalidad de quienes en nuestro tiempo han consolidado enormes revoluciones a partir de invenciones y hallazgos científicos y tecnológicos que elevaron como nunca la calidad de vida de la humanidad y generaron igualdad social como nunca antes se había imaginado siquiera.

La revolución de la Internet hoy le permite prácticamente a cualquier ser humano acceder desde el último confín de la tierra a todas las áreas posibles del conocimiento. Es suficiente con ir haciendo clic y otra vez clic para llegar al corazón de la biblioteca del Congreso de Estados Unidos o al meollo de los recursos nucleares. Es la materialización de la biblioteca de Real de Alejandría pero ignoramos los nombres de quienes hicieron posible que fuera puesta en manos de la humanidad, sin restricciones.

¿Es revolucionario que un soldado de 19 años haya podido entrar desde una computadora personal a los archivos secretos del Departamento de Estado de los Estados Unidos, sacarlos y luego ayudar a ponerlos, a través de Wikileaks, a disposición de todos los habitantes del planeta que quieran verlos? El debate apenas comienza.

Las farmacias del mundo se encuentran llenas de productos derivados de inventos, descubrimientos y desarrollos científicos más bien anónimos que han revolucionado el acceso a la salud y puesto a los más pobres a salvo de enfermedades que hace solo cien años los devastaban.

Las revolucionarias redes sociales permiten, sin necesidad de trámites ni licencias, que el más humilde de los humildes pueda actuar de igual a igual frente a cualquier otro de sus congéneres en la Tierra. Esta opción, curiosamente, sólo es impedida por regímenes que viven sentados sobre la gloria de sus revoluciones como, por ejemplo, el cubano, el libio o el chino. Allí, los propios gobiernos han desarrollado sistemas para que sus súbditos no puedan hacer uso de la infinita y revolucionaria igualdad que les ofrecen las llamadas superautopistas de la información.

Es importante advertir que por “revolución” se entiende el cambio o transformación radical y profunda respecto del pasado inmediato y esto no indica que una revolución sea buena ni necesaria por sí misma.

Las revoluciones, para ser tales, deben romper de manera profunda el orden establecido en cualquier campo. La carrera espacial y la conquista del espacio, por ejemplo, son una de las revoluciones más grandes que el hombre haya podido imaginar, creo yo.

Las revoluciones deben ser radicales para salir así de la simple condición de evoluciones o transiciones.

Empero, el empeño mismo de intentar una no forma revolucionarios.

“El mayor error de los hombres de la revolución consiste en no conocer la oportunidad de los proyectos que emprenden", advirtió el escritor francés Lorenzo Angivliel de La Beaumelle (1726-1773).

El de la revolución, es un camino de espinas: “hay que distinguir a los llamados revolucionarios que se formaron alentados por la revolución política y social, de los que han demostrado ser sólo revolucionarios burócratas”, concluyó el ex presidente mexicano del siglo XVIII, Lázaro Cárdenas Del Río. Pero el filósofo y matemático alemán Oswald Spengler (1880 -1936) no les halló futuro ni beneficio a quienes se empeñan en revoluciones sociales y políticas: “Todos los revolucionarios carecen de humor y ésta es la causa principal de su fracaso”.

Arthur Koestler (1905 -1983), novelista, ensayista, historiador, periodista y activista político húngaro de origen judío, sentenció de plano: “"El revolucionario es el burócrata de la utopía"”.

Y el inmortal Oscar Wild fue todavía más lejos: “"Cuanto más conservadoras son las ideas, más revolucionarios los discursos”".

Julio Cortázar, en cambio, impuso un requisito quizá inalcanzable: “"Es inconcebible una revolución que no desemboque en la alegría"”.

De su lado, el dramaturgo alemán Peter Weiss (1916-1982), nunca tuvo esperanzas con la obra de los revolucionarios: "“Hemos inventado la revolución, pero no sabemos qué hacer con ella"”.

De esta misma línea de pensamiento fue el poeta y dramaturgo alemán Christian Friedrich Hebbel (1813-1863): "“Las enfermedades que señalan el crecimiento de la humanidad se llaman revoluciones"”.

El mismo Aristóteles trató de dilucidarlas en esta conclusión: “"Las revoluciones no se hacen por menudencias, pero nacen por menudencias”".

Con frecuencia, se estima que el efecto de las revoluciones sociales y políticas son, ante todo, la libertad y la igualdad. No obstante, el premio Nobel de literatura irlandés George Bernard Shaw (1856 –1950), advirtió: "“Las revoluciones nunca han aligerado el peso de las tiranías, sólo lo han cambiado de hombros”".

Por último, vale la pena citar la aguda observación del periodista y escritor parisino Jacques Anatole France (1844-1924): “"Los autores de revoluciones no pueden sufrir que otros las hagan después de ellos"”.

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