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¿Por qué nos va tan mal?


Jorge Riopedre, escritor y periodista
Jorge Riopedre, escritor y periodista

Las palabras tienen vida; son como manantiales de ideas o ráfagas de luz descolgadas de repente ante una interrogante. Cuando ello ocurre, bien porque uno mismo cuestiona la realidad o escuchó al azar una pregunta de esa naturaleza, se desata en la imaginación la clave de un enigma en desafío del tiempo, como aquel mundo tan reciente de Gabriel García Márquez en el que para mencionar las cosas había que señalarlas con el dedo. Y cuando uno encuentra la palabra indicada, entonces la centrífuga mental se detiene, hace una pausa, traza un rumbo plausible con la
confianza necesaria para empeñar la predicción de un acontecimiento.

Fenómeno habitual en la investigación periodística o las ciencias sociales en busca de pruebas circunstánciales, tan buenas como las pruebas físicas cuando las medidas estadísticas de probabilidad reemplazan el concepto de certeza. Haber escuchado en cierta ocasión esa pregunta sincera y espontánea, ¿por qué nos va tan mal?, revivió en mí el interés por la cantera riquísima de la cultura y el caudillismo, tema muy trillado de escaso interés popular o académico pero de permanente actualidad, a la espera de
una suerte de arqueología histórica de los estratos o capas socio-culturales y políticoeconómicas de las sociedades que dieron vida al hombre fuerte latinoamericano; pero eso lo dejaremos para otra ocasión. Por el momento, en el marco de lo que acontece en Cuba y Venezuela, el concepto antropológico de cultura me parece un buen punto de aproximación a las condiciones que dictan el comportamiento de América Latina, región a la que he de referirme en lo adelante como Hispanoamérica.

Cultura, como lo entienden los antropólogos, no es tocar el violín, citar a Jorge Luis Borges o recitar de memoria los poemas de Pablo Neruda; eso es erudición. Cultos son todos los seres humanos en sus respectivos medioambientes, toda vez que cada cual conoce a fondo su entorno, oficio, profesión o malvivir.

Todos quedan marcados por la cultura donde nacen o se crían, sujetos a los rasgos de la cultura dominante que se fija en el inconsciente colectivo por la tradición y las costumbres.

Sólo escapan de estas normas (en cualquier país) quienes emigran u optan por vivir al margen de la sociedad. Nada acontece sin un hilo conductor, sin algún precedente biocultural (naturaleza y crianza) que prolonga la continuidad de la especie. De haberse criado exclusivamente entre los suyos, es casi seguro que Don Martín, el hijo de Hernán Cortés y la Malinche, hubiera sido un cacique maya, pero el vuelco de su crianza lo convirtió en Caballero de Santiago. Ni que decir tiene que en lugar de noble
indígena, la crianza del Inca Garcilaso de la Vega, emparentado con Atahualpa, lo convirtió en prominente cronista e historiador de la colonia.

Hay incontables ejemplos de la mezcla de la nobleza indígena con los colonizadores y curas de la conquista, que también gozaban del favor de las indígenas. Esta relación, a la que he referirme brevemente, dio paso a una sociedad sin concierto, inspirada en el enriquecimiento de los conquistadores como piratas que toman una ciudad y la saquean.

Discrepo de la Leyenda Negra, pero los primeros conquistadores venían sin familia en busca de fortuna. Sus descendientes, los Simón Bolívar, José de San Martín y José Martí, eran hombres modernos para la época, libres en alguna medida del colonialismo, pero en busca de un futuro incierto.

Deseaban la independencia de España inspirados en las revoluciones de Francia y Estados Unidos, pero no sabían que hacer con ella. Así lo deja ver Martí en esta elocuente reflexión. “En las plazas donde se quemaban a
los herejes, hemos levantado bibliotecas. Tantas escuelas tenemos como familiares del Santo Oficio tuvimos antes. Lo que no hemos hecho, es porque no hemos tenido tiempo para hacerlo, por andar ocupados en arrancarnos de la sangre las impurezas que nos legaron nuestros padres.”

Esta reflexión poco citada cala hondo, le sale seguramente de lo más profundo de su alma, la siento yo, aquí, más de un siglo después de su muerte, escribiendo estas cuartillas en busca de respuesta. José Ortega y Gasset tal vez nos dio la clave de nuestra inestabilidad al juzgar la crisis
social peninsular como “la embriogenia defectuosa en la formación de la nacionalidad española”.

Estados Unidos no expulsó a España completamente de América. La dejó intacta en Cuba con el Tratado de París. Era el último reducto peninsular, su Peñón de Gibraltar en el Caribe. Eso es lo que estamos viendo en Venezuela, el último bastión de los descendientes de Fernando VII en América, fenómeno improbable sin la intervención de las Fuerzas Armadas e inteligencia cubanas. ¿Qué se puede esperar?

Por lamentable que sea, Estados Unidos no puede intervenir en cuanta alteración gubernamental ocurra en América y en el mundo a menos que su seguridad nacional se vea amenazada. Hasta ahora no se han dado esas condiciones. Tal vez los asesores de seguridad nacional del presidente Donald Trump no le aconsejaron bien, pero a mi juicio Hispanoamérica no tiene suficiente peso en la política exterior de Estados Unidos. Ellos mismos se lo han buscado.

Yo pude presenciar en la V Cumbre de las Américas en Mar del Plata, Argentina, 2005, como sabotearon todos los esfuerzos del Presidente George W. Bush por lograr una integración económica. Después de aquella vergonzosa reunión en la que maltrataron de palabra a Bush, Estados Unidos renunció a su proyecto de integración hemisférica. Hoy se escuchan
lamentos de los altibajos en las relaciones de Estados Unidos con Hispanoamérica, pero pocos parecen recordar lo que sucedió en la Cumbre de Argentina, cuando se presentó la oportunidad de aprobar el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), saboteado por Lula da Silva, Néstor Kirchner y Hugo Chávez. Ahora, después de veinte años de votar repetidamente por Hugo Chávez y aceptar a Nicolás Maduro, Venezuela quiere que Estados Unidos riegue con su sangre lo que ellos contribuyeron
a crear. No parece posible que tal cosa ocurra. El mundo entero comparte vuestros sufrimientos pero ustedes mismos se lo buscaron.

(NOTA DEL EDITOR. Esta opinión del autor es de su exclusiva responsabilidad y no representa los puntos de vista de RadioTelevisionMarti)

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