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Perder la vida por conocer la libertad


En los bajos de ese avión de Iberia no sólo viajaba el cuerpo de un joven cubano de 23 años, viajaban también todas sus esperanzas y probablemente sus más que terribles ganas de vivir.

Al momento de escribir estas líneas van llegando detalles sobre el hecho trágico de la muerte de un joven cubano de 23 años escondido en el tren de aterrizaje de un avión de Iberia que hacía la ruta La Habana-Madrid. El cuerpo del joven apareció cuando la aeronave ya había aterrizado en el aeropuerto español de Barajas. Algunos periódicos de Madrid mostraban anoche la imagen del cuerpo retorcido en la parte inferior del vehículo, algo cuestionable éticamente. A pesar de ello, la imagen contribuía a multiplicar nuestro estupor por lo ocurrido.

Ante este tipo de informaciones, de una contundencia tan trágica, no se puede más que sentir un profundo malestar y dolor, por todo lo que significa una muerte en este tipo de circunstancias, sobre sus motivos y razones. En este sentido, estoy convencido de que este joven cubano era de los nuestros, si intentó tocar la libertad jugándose la vida en un rincón del avión no preparado para acoger a viajeros. Era parte de todos aquellos que aman la libertad, de los que anhelan vivir su vida sin directrices arbitrarias e injustas, sino bajo un sistema donde impere el sentido común, donde se persiga la prosperidad.

El suyo fue probablemente un acto de rebeldía contra unas leyes injustas y por una situación también claramente injusta. No es solamente un motivo económico el que conduce a las personas a tomar decisiones en las que les va la vida. En los bajos de ese avión no sólo viajaba el cuerpo de un joven cubano de 23 años, viajaban también todas sus esperanzas y probablemente sus más que terribles ganas de vivir. Todos estos deseos lo alejaban necesariamente de Cuba. Esta conclusión es la que habrán llegado miles de cubanos que han salido del país por las vías más diversas, algunas más letales que otras.

La trágica noticia ocupó un espacio en todos los principales noticieros televisivos españoles. En cambio, a pesar de que un ciudadano cubano era el protagonista del suceso, ningún medio del gobierno cubano hacía referencia al asunto. Cubrían con un indignante silencio la vergüenza por toda esta tragedia. Cubadebate, Granma o Juventud Rebelde seguían hundidos en sus miserias informativas sobre la CIA, Bin Laden, algún asunto menor relativo al Partido Comunista o una publicidad sobre las presuntas muestras de solidaridad con los Cinco espías encarcelados en Estados Unidos llegadas desde algún país en las antípodas de Cuba. Es posible que estos medios jamás informen de estos hechos.

La muerte de Adonis, que pasa a engrosar la larga lista de víctimas que han fallecido escapando de Cuba en peligrosas circunstancias, es la prueba más evidente del desasosiego y la desesperación. En el origen de esta decisión arriesgada tiene que haber un motivo de tormento. Y vivir en un país sin libertad lo tiene que ser. La culpable de estos desenlaces trágicos no es ya únicamente la existencia de la injusta carta blanca, que hace años se especuló en que iba a ser suprimida aunque jamás lo ha sido, lo es también la insistencia en prolongar el dolor por parte de un gobierno totalmente insensible, que se resiste a buscar lo que deben buscar los gobiernos de cualquier país, que es el bienestar y la felicidad de sus ciudadanos.

Todavía está muy reciente en nuestras memorias lo sucedido el 17 de diciembre del 2010 con Mohamed Bouazizi, el joven tunecino que se inmoló para denunciar su situación y que hizo explotar el mundo árabe en una cadena de revueltas populares. A pesar de la distancia entre uno y otro, tanto Mohamed como Adonis compartían un mismo tormento, el vivir en un país sin libertad. Y finalmente han alcanzado el mismo destino para liberarse de sus respectivos regímenes, la muerte.

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