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Los problemas que asedian a la administración


El presidente de Estados Unidos, Barack Obama.
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama.
La maldición de los segundos períodos presidenciales – algo que muchos analistas creen – ya afecta al presidente Barack Obama. Su agenda para estos, sus últimos cuatro años en la Casa Blanca, impide que las cosas que se han de hacer puedan discutirse. La administración Obama está demasiado ocupada en tapar problemas que ocupan las primeras páginas de los diarios y los noticieros de radio y televisión.

Hoy se habla poco del presupuesto ya que los periodistas prefieren hablar de Benghazi, lo que ocurrió allí hace nueve meses. En vez de discutir la reforma migratoria, hay que dedicarle tiempo al escándalo surgido del Departamento de Rentas Internas (IRS). Y por si esto fuera poco, ahora hay que investigar porqué el Departamento de Justicia obtuvo las comunicaciones privadas de más de 20 periodistas de la AP por dos meses.

Jay Carney, el vocero de prensa en la Casa Blanca, tiene que responder preguntas incisivas de los periodistas que en grupo atacan como una manada de lobos. No son preguntas sino acusaciones de periodistas que creen que la administración les ha mentido y ya no confían en Carney.

Mientras, pocos en la prensa hablan de la muy cacareada reforma migratoria.

Los republicanos también tuvieron su debacle cuando el Heritage Foundation publicó un estudio que decía que la legalización de inmigrantes indocumentados costaría miles de millones de dólares al país. El estudio ocasionó controversias hasta que se supo que uno de sus autores Jason Richwine, cuando terminaba su doctorado en Harvard había escrito que el cociente de inteligencia de los inmigrantes era inferior al de los estadounidenses.

Richwine tuvo que renunciar, pero el daño ya estaba hecho. Por suerte para los ocho senadores – cuatro de cada partido – que trabajan para tratar de pasar una reforma migratoria, no han estado bajo la lupa de los medios de prensa. Esto le viene muy bien, en particular al senador Marco Rubio (R-FL.), el más visible de los republicanos que apoya la medida.

La tarea del senador Rubio es difícil. Él, tiene que convencer a los colegas conservadores del Partido Republicano y eso hace que todos sus comentarios sean estudiados a fondo por políticos y periodistas. Rubio entiende la necesidad que tienen los republicanos de pasar una ley de reforma migratoria, pero a la vez tiene que cuidarse de no ofender a los más conservadores que se oponen a nada que huela a amnistía.

El joven senador tiene que cuidarse porque tiene aspiraciones presidenciales para los comicios del 2016. Si logra el acuerdo migratorio es un héroe. Lo único que tiene que hacer es convencer a los conservadores que para que puedan legalizarse los indocumentados tiene que haber una certificación, que hay un control completo de la frontera entre México y Estados Unidos – nada fácil de comprobar.

Si fracasa, le va a costar caro. Probablemente tenga que decirle adiós o por lo menos hasta luego a sus aspiraciones presidenciales en el 2016. Otro senador de origen cubano, Ted Cruz (R – Tex.) lo vigila con ojos de águila por si Rubio fracasa.

Cruz no cree en la reforma migratoria. Él, es el héroe indiscutible del ala más conservadora del partido y a pesar que lleva menos de seis meses en el Senado ya opina y hace noticia con sus comentarios con frecuencia.

Rubio entiende las dificultades que enfrenta.

Primero, tiene que contar con los demócratas para lograr que esta ley sea aprobada por el Senado. Pero para darle impulso tiene que conseguir que unos 15 o 20 republicanos le den su voto. Es imprescindible, que el proyecto de ley cuente con 70 de 100 votos en el Senado y la dificultad está en la Cámara de Representantes, donde los republicanos conservadores son mayoría.

Rubio sabe que todo lo que huela a amnistía no será aprobado por la Cámara de Representantes. Y vender la idea de que la frontera va a ser impregnable es casi imposible de verificar.

Por eso, es que Rubio ha propuesto un camino difícil para que los indocumentados puedan obtener la ciudadanía. El proceso, de ser aprobado, tardaría un mínimo de 13 años, y está repleto de multas y obstáculos para los que quieran acogerse al mismo.

Para los hispanos la idea de tener que esperar 13 años para hacerse ciudadanos es inaceptable. Mientras tanto, para los oponentes de Rubio, esto no es suficientemente estricto.

Ahora por lo menos, Rubio puede trabajar sin la mirada fija de los periodistas. Los problemas de la Administración Obama le han dado un espacio para trabajar en silencio. ¡La ley de inmigración es un hueso duro de roer!
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