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Mañana empezaremos a caer presos


Una crónica sobre la Primavera Negra de Cuba

El barrio mirará asombrado el aparatoso operativo militar que romperá la modorra de una vida rutinaria y negligente.

Los vecinos, llenos de curiosidad, creerán que son ciertos los rumores de que éramos contrarrevolucionarios, mercenarios, agentes de la CIA.

La Policía Política tomará por asalto nuestras casas. Nos mirará con odio. Reprimirá su ostensible deseo de golpearnos. Asustará a nuestros hijos. Revolcará nuestros rincones más íntimos. Husmeará entre papeles cetrinos y apergaminados donde duermen viejos versos de amor. Hará un inventario de evidencias fútiles que más tarde enarbolarán como pruebas de nuestros crímenes. Se llevará nuestras viejas máquinas de escribir.

Después de cinco horas de registro minucioso, nos sacará esposados a la noche estrellada y tropical e iniciaremos un viaje hacia la soledad y el mutismo. Nuestra celda en el cuartel general de la Policía Política cubana estará preparada para acogernos.

Serán días de angustia. El 18 de marzo comenzará la redada y terminará el 20.

Setenta y cuatro hombres y una mujer dormirán a partir de entonces bajo la atención de soldados hoscos, cámaras infatigables, micrófonos indóciles, interrogadores aburridos que lo saben todo de antemano.

Una noche nos despertaremos con los gritos de tres jóvenes negros que serán fusilados esa madrugada por intentar desviar una lancha hacia las costas de La Florida. Pero entonces no lo sabíamos. Estábamos incomunicados. Nos enteraremos después del origen de aquellos alaridos desgarradores.

La primavera de 2003 se enegrecía a medida que avanzaba sin aguaceros. El calor agobiaba a los prisioneros. Crecía la barba en sus rostros. Aumentaba la incertidumbre en sus hogares.

El embrión de lo que serían las Damas de Blanco se apiñaba en la antesala del cuartel general de la Policía Política para hacer preguntas sobre sus presos.

Las respuestas llegarían en abril. Era el momento de exclamar como el poeta T. S. Eliot: Abril es el mes más cruel.

Se desató la función del circo de los juicios, sumarísimos, dijeron. Las condenas oscilaron entre los 6 y los 28 años de cárcel. No hubo defensa. Las penas bajaron, como rayos de Zeus, de la cima de poder. Íbamos, todos, rumbo a las mazmorras, a podrirnos en el olvido.

Pero el mundo no lo permitió. Se alzaron las voces. Se armó la algarabía. Desde París clamaba Reporteros sin Fronteras. Desde Nueva York convocaba a solidaridad el Comité para la Protección de los Periodistas. Desde Londres reconocía la injusticia Amnistía Internacional. Desde toda América reclamaba la Sociedad Interamericana de Prensa. Desde Miami no cesaba en reclamos Radio y TV Martí. No habría olvido. No hay olvido. Por eso estoy aquí.

De aquellos 75 disidentes cubanos aún languidecen en los calabozos dos de ellos: José Daniel Ferrer García y Félix Navarro, y posiblemente hoy, Librado Linares pueda amar sin relojes a su esposa, y no tengo derecho a callar o reposar porque antes de que ocurriera todo ello Orlando Zapata Tamayo estaba vivo, a Miguel Valdés Tamayo no se le había roto el corazón con un infarto, Guillermo Fariñas no había tenido que adelgazar hasta la transparencia que lo puso al borde de la muerte, las Damas de Blanco no habían sido arrastradas por la calles de La Habana, ni más de sesenta de mis amigos habían sido puestos a deambular el mundo sin brújula ni raíces.

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