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Lino Novás Calvo: así en el cielo como en el cieno


El escritor tuvo una vida dura en los márgenes de la sociedad y supo crear unos universos de seres marginales, malos, dominados por la angustia, la culpa, el deseo y la violencia.

Lino Novás Calvo, como Carlos Montenegro, nació en Galicia a inicios del siglo XX, fue a dar a Cuba a muy temprana edad y desde allí escaló a la cumbre de las letras isleñas y, también como Montenegro, tuvo una vida dura en los márgenes de la sociedad, simpatizó con el comunismo, estuvo en la Guerra Civil Española de 1936, regresó a la patria adoptiva, se desengañó de los comunistas y, cuando estos tomaron el poder en la isla en 1959, también como el autor de Hombres sin mujer, puso pies en polvareda, millas de por medio, y arribó a Miami. Pero, mientras Montenegro permanecía en la ciudad del sol, Novás Calvo se radicaba en Nueva York. Lo mismo que Montenegro, Novás Calvo sufrió la indiferencia, el ostracismo y hostilidad por parte de sus antiguos cofrades del republicanismo español.

Oriundo de la Coruña, en 1904, Lino Novás Calvo arribó muy joven a Cuba para mejorar su situación económica en un país que, tras treinta años de guerra contra la metrópoli española, recién emergía ahora como un estado soberano y, tan próspero, que se había transmutado en meca para migrantes no sólo de medio mundo, sino de la misma nación ibérica a pesar de que, hasta tan cercano en el tiempo como 1898, isleños y peninsulares se habían estado descabezando feroz y metódicamente en la manigua cubana. Quiere decir que Novás Calvo, como Montenegro, fue testigo de excepción del muy poco estudiado milagro económico cubano; ese que, libre mercado mediante, permite a un pequeño país, en menos de una década, emerger de entre las cenizas de la guerra y ascender a un punto de desarrollo superior al de muchos países europeos, incluyendo por supuesto a ese que hasta ayer era su enemigo juramentado. En La Habana, y desde 1912, el futuro autor se desempeñó como dependiente de fondas, mandadero, empleado de limpieza, carbonero y chofer de alquiler, hasta llegar a escribir para la prestigiosa revista Bohemia, y no sólo escribir, sino que llega a convertirse en su jefe de redacción entre 1954 y 1960. Lo que viene a demostrar no sólo el talento y empuje de Novás Calvo, sino también la movilidad social de un país que no ponía trabas a tales éxitos en el devenir de un inmigrante.

Pero antes de arribar a Bohemia, la más importante publicación cubana de todos los tiempos y una de las más importantes en todo el hemisferio, ya Novás Calvo había sido corresponsal en Madrid del semanario gráfico Orbe, 1931-1933, donde entrevistó a figuras señeras del mundo cultural madrileño como Fernando de los Ríos, Antonio Marichalar, Eugenio D'Ors, Carmen de Burgos, y escribió exitosos reportajes sobre la vida en la capital española, para terminar siendo nombrado segundo secretario de la Sección de Literatura del Ateneo Científico y Literario y escribiendo para la Revista de Occidente. Allí en España le sorprende el matadero de la Guerra Civil de 1936 y, ni corto ni perezoso, el escritor se alista en el mítico Quinto Regimiento como oficial de enlace, y allí estuvo a punto de perder la vida, no a manos de sus enemigos los franquistas, sino de sus amigos los republicanos; nada menos que por un delito de opinión.

Parece ser que la opinión, el libre ejercicio de la opinión, iba a traer los mayores contratiempos y peligros a la vida de Lino Novás Calvo, pues la opinión, el libre ejercicio de la opinión, lo lleva a escapar de la revolución castrista tan temprano como en 1960, y la opinión, el libre ejercicio de la opinión, lo conduce al ostracismo una vez que se establece en Nueva York y lo hace de manera tan brutal que, estando a la altura, o más, que muchos de los autores que sin pertenecerle propiamente resultaron catapultados por el boom de la novela latinoamericana, Juan Rulfo, Miguel Ángel Asturias, Juan Carlos Onetti y Alejo Carpentier, éste no sólo no lo catapulta sino que ni siquiera lo roza, pues los del boom propiamente dicho, los más jóvenes Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Julio Cortázar y Gabriel García Márquez, no iban a meter la mano en la candela a favor de un apestado social por mucho que éste hubiese escrito Pedro Blanco, el negrero (1933), por mucho que el mismo Carpentier la calificara como "una extraordinaria novela de aventuras verídicas". Lo curioso es que quienes lo condenan por el delito de opinión, por el libre ejercicio de la opinión, son siempre los mismos, los mismos en distintos tiempos y latitudes, individuos de igual índole, la índole de los progres de este mundo que, creyéndose buenos, inmaculados y con la verdad en la mano, en tres o cuatro cuartillas aprendidas de carretilla, y en nombre de la tolerancia, la moderación, la igualdad y la solidaridad, vienen y vetan a todo el que no entre ditirámbico por el aro del estrecho ojo de sus puntos de vista utópicos; lo utópico como monolítico, como un solo tópico no ya a debatir, sino a tener en cuenta.

Novás Calvo tiene en su haber, por otro lado, los volúmenes Cayo Canas y La luna nona que, más allá de toda duda razonable, se encuentran ubicados en la cumbre del relato hecho en Hispanoamérica, con varias de esas narraciones seleccionadas para treinta y tres antologías en España, América Latina, Estados Unidos y Francia, para recibir a cambio, cerca de cincuenta años después de que se publicaran, el sin sentido de que a ninguno de los tantos sellos editoriales de renombre que en español pululan le haya dado por reeditarlos. Luego, la censura de aquellos iluminados que estuvieron a punto de fusilarlo en la Casa de la Cultura de Madrid en 1936, acusado ante un millar de furibundos intelectuales de haber publicado en 1934 artículos contra los mineros de Asturias, parece que persiguió al autor sin piedad no ya en vida, sino también en muerte; más allá de la muerte.

Pero no todo fue censura y ostracismo en la vida del autor, al menos antes de cometer la herejía de exiliarse del paraíso de los proletarios isleños, pues en 1939 al regresar de la contienda ibérica, comenzó a trabajar en el periódico Hoy, órgano del Partido Socialista Popular, y para la revista Ultra, 1936-1947, donde hace labores de traducción. En 1945 forma parte de la filial cubana del PEN Club internacional y gana el premio periodístico Enrique José Varona por su artículo Una América sin patitos feos, pero no para ahí, y en 1948 gana otro premio periodístico, el Eduardo Varela Zequeira, con el reportaje Guerra de nervios en Santa Lucía, y matricula luego en la Escuela de Idiomas anexa a la Universidad de La Habana. Estudios que le servirían no sólo para convertirse en uno de los pocos amigos isleños de Ernest Hemingway, a quien visitaba en su residencia de la finca Vigía, sino para hacer la proverbial traducción al español de El Viejo y el Mar; obra que como se sabe le valió el Nobel al autor norteamericano. Por cierto que Hemingway, como Novás Calvo, Monetenegro y Masferrer, estuvo también en la escabechina española de 1936 y, también como los cubanos, salió marcado de por vida de la dicha escabechina; la esposa de Novás Calvo, la periodista Herminia del Portal, declaró en una entrevista con la escritora Nedda G. de Anhalt que Lino tenía obsesiones, terrores y que se sentía acorralado a consecuencia de lo vivido en el Madrid de la guerra. El dominio idiomático resultó providencial para que de la mano de Novás Calvo pudieran las naciones de idioma español disfrutar de la lectura de autores anglosajones como William Faulkner, D.H. Lawrence, John Dos Passos, Aldous Huxley, y el propio Ernest Hemingway. Novás Calvo también realizó memorables traducciones de Honorato de Balzac, y su traducción de Contrapunto, de Aldous Huxley, es al presente quizá la mejor hecha en lengua española.

El desaparecido escritor cubano, Lisandro Otero, revelaría que en una entrevista que efectuara a Novás Calvo en la época en que se desempeñaba como jefe de redacción de la revista Bohemia, éste le confesó sobre su modo de enfrentar el acto creativo que casi siempre un hecho dramático -una mala impresión- se albergaba en él y se confundía con otras sensaciones y remembranzas hasta que pugnaba por salir en una objetivación, y que el relato Un dedo encima (que recibió el Premio Hernández Catá en 1942), surgió de una visita a casa del pintor Carlos Enríquez, y que allí se habló de un muchacho que le recordó a otro que él conocía en el barrio de Pueblo Nuevo y que entonces de una simbiosis de ambos surgió el protagonista, que el argumento él lo montaba después sobre la base de la primera percepción.

Agregaba Novás Calvo, según Otero, que en su narrativa predominaba la acción porque de ideas él no sabía nada, aunque de acción sabía demasiado, y que las ideas tienen otro medio de expresión en el cual la novela no debe incursionar. Error, decía, en el que han caído grandes novelistas como Thomas Mann, y que la cualidad principal de un escritor era, desde luego, la imaginación, además del astro poético y un olfato para la armazón, una mente que supiera construir. Para Novás Calvo, siempre según Otero, había en Francia dos escritores fundamentales: Malraux y Celine, y en Estados Unidos: Sherwood Anderson y Hemingway.

Entrevistado para este trabajo el destacado periodista Agustín Alles Soberón, que escribía para la sección En Cuba de la revista Bohemia, hace revelaciones inéditas que muestran hasta que punto la experiencia de la escabechina española del 36 marcó a Novás Calvo, y como esta experiencia le sirvió para que alertara a otros intelectuales de lo que advenía para la isla con el arribo al poder de la revolución castrista. “Conocí a Lino Novás Calvo en la sala de Redacción de la revista BOHEMIA, en La Habana, a principios de la década de los años 50. Era una persona de carácter humilde, modesto; al que no conociera su historia, le sería muy difícil sospechar que detrás de esa personalidad sencilla, estuviera uno de los mejores escritores de Cuba. Hablaba con un tono pausado, reflexivo, demostrando dominio del tema que se tratara, pero sin alardes o prepotencia.

Desempeñaba el cargo de jefe de Redacción de BOHEMIA y de profesor de la Escuela Normal de Maestros de La Habana, en la cátedra de Literatura. De joven militó en la corriente marxista; participó en la Guerra Civil de España. Esas “experiencias” --- como solía decir ---, le fueron muy útiles para ser de los primeros en la revista BOHEMIA en darse cuenta del rumbo comunista de la revolución de Fidel Castro. Advirtió en 1959 a un pequeño grupo de periodistas de BOHEMIA, que estaban inconformes con la orientación del líder de la revolución, que “de consumarse la traición castrista, Cuba correría la misma suerte que la República española, donde la Internacional Comunista cambió el destino original de aquella revolución”.

Lino Novás Calvo comprobó que su preocupación tenía fundamentos, cuando escuchó --- creo que por primera vez ---, a Fidel Castro hablar, en una comida privada que le dio el director de la revista, Miguel Angel Quevedo, en los primeros meses de 1959, de sus planes revolucionarios, que dijo que serían un “desafío” para los Estados Unidos, porque eran “radicales”. En esa reunión estaban Fidel Castro, Miguel Angel Quevedo, Lino Novás Calvo, Francisco Parés --- republicano español exiliado en Cuba ---, Enrique de la Osa --- jefe de la influyente y popular sección En Cuba de BOHEMIA ---, y yo, Agustín Alles Soberón; el periodista norteamericano Henry Wallace y Antonio Núñez Jiménez, director del INRA y presidente de la Academia de Ciencias de Cuba y, principalmente, miembro del Partido Comunista, que acababa de regresar de una “importante misión” --- así dijo Castro ---, a la Unión Soviética, para conseguir reactores atómicos, para el plan que tenía (Fidel Castro) de “electrificar a la isla de Cuba”.

Cuando Castro le explicó a Quevedo su “plan”, Novás Calvo comentó en alta voz: “Eso va a ser una desafío para los Estados Unidos”. Y Castro le respondió tajantemente: “El desafío va a ser la revolución radical que vamos a hacer en Cuba”. Hubo un profundo silencio. Algunos creyeron en ese “plan”, pero Novás Calvo no. Presintió algo de lo que vendría… Y así nos los dijo días después de aquella reunión-clave, al grupo de descontentos dentro de BOHEMIA. Este grupo logró que el director de la revista, Quevedo, abriera los ojos con lo que estaba pasando y tomara la decisión de asilarse, para publicar en Nueva York la revista BOHEMIA (Libre), en la década del 60.

Con Quevedo se marchó la mayor parte de los periodistas de la Revista. A todos le dieron visa inmediatamente para entrar a los Estados Unidos, menos a Novás Calvo a quien tenían “fichado” como comunista, a pesar de que hacía muchos años que había renunciado a esa militancia y era el jefe de la sección internacional de BOHEMIA, que se publicaba semanalmente (ASI VA EL MUNDO) y era proamericana y anticomunista. Quevedo tuvo que batallar duro para que abrieran el caso, le dieran la visa a Lino Novás Calvo y pudiera incorporarse a la BOHEMIA (Libre), y reanudar su trabajo semanal en la sección internacional de la revista, defendiendo con su brillante pluma y experiencia la causa de la democracia y la libertad, y combatiendo inteligentemente al comunismo”. Esto último del testimonio de Alles Soberón vendría a apuntalar lo que asegurábamos anteriormente acerca del ensañamiento de los marxistas con su antiguo camarada, pues esa censura de los norteamericanos por el ya lejano pasado izquierdista del escritor parece más obra de la desinformación activa de agentes comunistas infiltrados en las agencias federales que despiste verdadero. No olvidemos el caso del funcionario de Inmigración y Naturalización en Florida, Mariano Faget, encontrado culpable muchos años después de espionaje a favor del régimen castrista y, por otro lado, el caso bastante reciente de las dificultades enfrentadas por el virtuoso trompetista Arturo Sandoval para obtener la ciudadanía estadounidense, debido a su antigua pertenencia al Partido Comunista de Cuba. Nada raro que Estados Unidos niegue la ciudadanía a militantes de partidos totalitarios, lo raro acá es que se lo niegue o dificulte cuando precisamente estos se han distanciado de su militancia y denunciado públicamente la naturaleza criminal del sistema en el que antes creyeron.

El Premio Cervantes de las Letras de 1997, Guillermo Cabrera Infante, decía que en Cuba no reconocía más antecedente que Novás y que éste figuraba en el panteón de los grandes narradores breves: Borges, Rulfo, Quiroga, Bioy, Felisberto Hernández... y es que Lino Novás Calvo, muerto en la ciudad de Syracuse en 1983, era de una especie de escritor ahora en extinción, uno de esos que se dejan la piel y el alma en su andadura por la vida, la obra como resultado de la vida, y que, por lo mismo, mediante su novela Pedro Blanco, el negrero y con un puñado de relatos, crónicas y volúmenes de cuento tales como Las espuelas del general Nogales, El Olonés, hermano de la costa, La noche de Ramón Yendía (relato a la altura y en la línea del Aleph de Jorge Luis Borges, Los asesinos de Ernest Hemingway y El acoso de Alejo Carpentier), Cayo Canas, Un dedo encima, La luna nona, Hombre malo, Ojos de Oro y Un bum, supo crear magistralmente, demiurgo desenfrenado y desenfadado, unos universos de seres marginales, malos, dominados por la angustia, la culpa, el deseo, lo mítico y la violencia, existencias aventureras que vienen a desafiar el orden establecido para ubicarse en un orden otro donde establecen sus propios códigos y normativas, tipos que rompen las reglas y bailan, mueren y matan a ritmo de su propio juego. Hombres a veces de la peor ralea pero en los que siempre es posible encontrar un rescoldo de dignidad que, extrañamente, los dota de unas dimensiones sobrehumanas. Todo ello a trallazo de una prosa parca, tersa y tensa que, como en el hacer hemigüeyano, sólo ofrece la punta de un iceberg del que penden unas abisales profundidades. Profundidades a las que por cierto quisieron arrojarle esos comisarios de la modernidad concentracionaria para poder apocarlo, opacarlo y apagarlo, sin percatarse, los pobres, que los grandes hombres, como los semidioses de la antigüedad, tan vivos ahora como en la antigüedad, brillan lo mismo en la superficie que en lo subtérreo, en el cielo que en el cieno o, quizá, más en lo subtérreo que en la superficie, en el cieno que en el cielo; paradojas, sutilezas que los progres de este mundo no serían dados a entender.

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