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La niña de Guatemala no murió de amor


Una reflexión sobre la verdadera causa de la muerte de María García Granados, a quien José Martí inmortalizó en su poema IX de Versos Sencillos.

María García Granados no murió de amor. Lo ocurrido con ella indica que se suicidó. Versiones de la época señalan que padecía, como Margarita Gautier -la dama de las camelias- de tuberculosis, y no era, por entonces, esta una enfermedad que permitiera adentrarse en las aguas frías de un río: (Se entró de tarde en el río / La sacó muerta el doctor)

Un poema anterior al IX de Versos Sencillos, hace sospechar que José Martí conocía el padecimiento de la joven y lo escribió para consolarla y halagarla.

"Terrestre enfermo, que a sus solas llora
El furor de los hombres, la extrañeza
De su comercio brusco, y su odiadora
Feral naturaleza,--
Siento una luz que me parece estrella,
Oigo una voz que suena a melodía,
Y alzarse miro a una gentil doncella,
Tan púdica, tan bella
Que se llama --¡María!".

Ello ocurre por los meses finales de 1877, poco antes de que Martí partiera para México, donde el 20 de diciembre se casaría con Carmen Zayas Bazán, y el poema IX de Versos Sencillos -conocido como La Niña de Guatemala- se publicó muchos años después, en 1891.

El 26 de marzo de 1877 había arribado Martí a Guatemala, procedente de México. Porfirio Díaz había establecido una dictadura militar y ello provocó que Martí abandonara la tierra azteca.

Es en junio de ese mismo año que el poeta cubano conocería a María García Granados en La Academia de Niñas de Centro América, cuando fue invitado a impartir lecciones de redacción y composición.

María era hija del general Miguel García Granados, un patriota guatemalteco que contaba con una ilustre y numerosa familia.

El patriota y pedagogo cubano, José María Izaguirre, uno de los insignes bayameses que se uniera a Carlos Manuel de Céspedes, exiliado en Guatemala, tras diez años de guerra que concluyeran con El pacto del Zanjón, y donde el gobierno de José Rufino Barrios le dio oportunidad de instruir a la juventud, fue quien presentó al joven José Martí a la sociedad guatemalteca, entre la que se distinguía la familia García Granados.

Es el propio José María Izaguirre quien, para que hoy tengamos una idea de cómo lucía María García Granados, nos la describió con detalles precisos y lenguaje elegante: “Entre las hijas del General había una llamada María, que se distinguía de sus hermanas como la rosa se distingue de las otras flores. Era alta, esbelta y airosa: su cabello negro como el ébano, abundante, crespo y suave como la seda; su rostro, sin ser soberanamente bello, era dulce y simpático; sus ojos profundamente negros y melancólicos, velados por pestañas largas y crespas, revelaban una exquisita sensibilidad. Su voz era apacible y armoniosa, y sus maneras tan afables, que no era posible tratarla sin amarla. Tocaba el piano admirablemente, y cuando su mano resbalaba con cierto abandono por el teclado sabía sacar de él notas que parecían salir de su alma y que pasaban a impresionar el alma de sus oyentes”.

Para cuando José Martí escribió Versos Sencillos, ya su matrimonio con Carmen Zayas Bazán andaba a tropezones y quizás aquel amor de juventud frustrado por la palabra empeñada, vino a su memoria con los matices de la idealización: “Era su frente ¡la frente /
Que más he amado en mi vida!”

Sin embargo, el requiebro escrito por María García Granado, casi una semana después de que el regresara de México, ya junto a Carmen, sobre quien escribiría: Es tan bella mi Carmen, es tan bella /que si el cielo la atmósfera vacía /dejase, de su luz dice una estrella / que en el alma de Carmen la hallaría.” parece desdecir lo afirmado por Martí, dice María en su esquela:

"Hace seis días que llegaste a Guatemala, y no has venido a verme. ¿Por qué eludes tu visita? Yo no tengo resentimiento contigo, porque tú siempre me hablaste con sinceridad respecto a tu situación moral de compromiso de matrimonio con la señorita Zayas Bazán. Te suplico que vengas pronto, Tu niña."

Es entonces José María Izaguirre quien viene a explicarnos, como testigo presencial, lo que realmente sucedía. Asegura Izaguirre que María “Tenía veinte años de edad, y hasta entonces había permanecido insensible a los tiros del amor. Su familia era su encanto y a ella consagraba los tiernos afectos de su corazón. Sin embargo, desde que Martí frecuentaba la casa, se notó en ella cierta tristeza que nadie se explicaba, así como el silencio en que se encerraba delante de el. Era evidente que algo pasaba en su interior; pero ese algo nadie se lo explicaba y quizás ella misma ignoraba la causa de lo que le pasaba.

Continúa Izaguirre: “Lo que sí sabía ella era que cuando veía a Martí experimentaba un deleite supremo y que cuando él estaba ausente su tristeza aumentaba, su ansiedad de verlo era mayor y no cesaban estos tormentos hasta que él se hallaba de nuevo en su presencia.

También para los que de modo abyecto, retorcido, piensan que Martí se aprovechó de la intensa pasión que María García Granado sentía por él, el propio Izaguirre aclara: “Este sentimiento, desconocido para ella, fue creciendo de día en día hasta tomar los caracteres de una verdadera pasión, y aunque ella lo disimulaba por el recato propio de una joven educada en el amor a la honra, bien comprendió Martí lo que le pasaba. Caballero ante todo, y ligado por igual sentimiento a otra mujer a quien había jurado ser su esposo, se abstuvo de fomentar con sus galanterías o con demostraciones de afecto aquella pasión que parecía próxima a tomar las proporciones de un incendio. Su papel se limitó desde entonces a tratarla simplemente como amigo, y fue separándose poco a poco para que María comprendiese que no debía entregarse al sentimiento que la dominaba, pues por más que él reconociese sus merecimientos, como los reconocía, y que simpatizase con ella, no podría corresponder a su pasión”.

Sin embargo, la pasión, el amor desenfrenado, devino ceguera, y ante la imposibilidad de consumación tomó los rasgos del suicidio romántico y , olvidadando los cuidados que debía mantener para con su enfermedad, María arrancó, muchos años después, el hondo lamento del poeta: ¡Nunca más he vuelto a ver / A la que murió de amor!

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