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LA NAVIDAD DE HUMBERTO MEDRANO


Desde la hora de los ángeles, un aire de amores peinaba la llanura de Esdrelón.

Para aquel nacimiento no había pañales bordados, pero el heno abría su cóncava, rumorosa suavidad.

No había calor de alcoba, pero las bestias del establo brindaban al milagro pequeño y aterido su calor animal.

No había luces, pero sobre las colinas en cuya falda dormitaba el pueblecito de Belén, resplandecía el fulgor de una estrella votiva que, desde remotas galaxias, acercaba su luz para guiar la triple ofrenda de reverentes monarcas peregrinos...

Fue en ese instante que el Universo entero cupo en Galilea. Allí brotaba la espiga de la semilla cósmica cuando el Dios inmenso de la Creación se reprodujo diminuto en el llanto de un recién nacido.

Allí nació la vida para explicar la muerte, que escogería la muerte para explicar la vida.

De allí saldría la Verdad hecha hombre a derramarse sobre el mundo.

A enseñarnos a todos, buenos y malos, poderosos y humildes, el camino de la Redención...

Ese camino es el camino del amor, del perdón, de la justicia.

Es simple, no requiere complicados estudios encontrarlo.

No se necesitan, para seguirlo, inmensos sacrificios.

Sólo es preciso que no queramos tener más que los demás.

Que no nos creamos mejores que los demás.

Que no habamos a los demás lo que no queremos que los demás nos hagan.

Sin embargo, la humanidad no aprende. Pocos son los que llegan. Menos los que los siguen. Y muchos los que se confunden y confunden a los demás.

Porque no se puede amar estimulando el odio.

Ni se puede perdonar ejerciendo la venganza.

Ni se puede ser justo desposeyendo a los semejantes.

De esa confusión nacen las tinieblas que nos envuelven, las desventuras que nos alcanza, el mal que rebota.

La cosecha del dolor, de las miserias, viene de esa siembre mefítica.

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