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La balsa, arma de protesta y resistencia


Cuando se analice con minuciosidad los hechos importantes de este oscuro periodo en la historia de Cuba, de seguro que la balsa tendrá su lugar como un arma de protesta y resistencia frente al totalitario régimen de los hermanos Castro.

En la última columna rebelde de barbudos que llegó a La Habana el 8 de enero de 1959 comandada por Fidel Castro tal vez nadie advirtió que de manera silenciosa y callada marchaba al final la sombra de una balsa.

Nadie de los presentes tampoco pudo entender en ese momento la trágica analogía futurista de que el flamante líder antes de llegar a Palacio Presidencial visitara la cubierta del yate Granma, anclado en el muelle del Club Náutico Internacional, quizás como patentando que esa era la forma para salir de Cuba en busca de libertad. Nadie entendió o al menos no lo dijeron.

Esos momentos históricos y que anunciaron simbólicamente la presencia de la balsa, el objeto más revolucionario de la revolución, pasaron como dice el poeta, “sin saber que pasaron”. Porque una balsa es eso, un objeto revolucionario, si no atenemos a una de sus acepciones del diccionario que califica revolución como un cambio brusco en el ámbito social de un país.

Y en medio de la “Re-Involución” del proceso del 59, la balsa revolucionó, no solo el contexto social como un veraz y claro indicativo de la sólida presencia de una irreversible fragmentación del cacareado bloque monolítico castrista, sino también es la muestra de rebeldía y protesta de un país apabullado por el control total y absoluto de un asfixiante gobierno que no cede un ápice el poder e incluso lo oficializa dentro de la propia constitución como refiere el artículo 5 de la carta magna castrista en 1992 en relación al Partido Comunista al nombrarlo:

“..La fuerza dirigente superior de la sociedad y el Estado, que organiza y orienta los esfuerzos comunes hacia los altos fines de la construcción del socialismo y el avance hacia la sociedad comunista”.

Lo cierto es que no todos quieren el avance hacia esa mítica sociedad comunista y dentro de ese régimen, quienes no quieren ese camino se les hace la vida bastante complicada por la serie de trabas que le imponen los creyentes. Por cierto lo tragicómico del asunto es que esos pocos del Partido Comunista deciden por la mayoría.

Según cifras oficiales, el Partido Comunista Cubano cuenta con 700 mil militantes y la juventud comunista unos 800 mil para un 15 por ciento de la población cubana. Entonces, ¿Cómo es posible que sin ser mayoría absoluta los individuos de ese partido único determinen la vida y deseos del resto del 85 por ciento de los cubanos?

Y en medio de esas contradicciones antagónicas que levantó el propio gobierno contra la otra parte de sus ciudadanos con su partido, “que parte a quien no lo alaba” como canta Willy Chirino, no solo el novio de la jinetera huyó en cuatro tablas y un remo a la Yuma, sino miles de cubanos que arriesgaron sus vidas con tal de no dejarlas morir en un sistema que no desean.

De esta forma el ingenio del cubano, jamás sometido en este medio siglo de purgante castrista, se elevó a los cielos para escapar de la isla-prisión y en el verano del 2003 un Chevrolet de 1951 adaptado surcó las aguas como bote anfibio. Sus doce tripulantes fueron repatriados a Cuba.

Un año después un Buick del 59 se lanzó al mar Caribe con proa a Estados Unidos y en el 2005 un Mercury-48, otro artefacto de este tipo apareció de nuevo. Ambas maquinas fueron destruidas por la guardia costera de los Estados Unidos pero todas quedaron como peculiares en la historia de estas fugas. El último grito de balsas singulares fue la que fabricó un hombre de poliuretano o poliespuma de siete pies de largo y que avistaron, para suerte del balsero, los miembros de la Guardia Costera, porque el hombre ya estaba en una condición critica.

La salida masiva de balsas ocurrió en 1994 cuando en medio de una sublevación general espontánea el gobierno cerró la olla de presión de inconformidad al permitir que todos lo que quisieran irse se fueran de esa manera. De inmediato se alistaron en todos los sitios de Cuba improvisadas balsas fabricadas de disímiles materiales y alrededor de 36 mil cubanos prefirieron el reto de la ruleta rusa del mar, que permanecer “construyendo el socialismo” donde sentían que perdían la vida.

Un poeta, Félix Pagés, en su poema al balsero dijo del riesgo que tomaron todos esos hombres, mujeres y niños en esta epopeya en la historia cubana:

“Sin medir el riesgo que corría tu vida

te hiciste a la mar cargado de ilusiones..

no temiste a la furia del viento desmedida

ni pensaste que por tu acción suicida

pudiste ser carnada de los tiburones”.

Otro emotivo poema, también con el mismo nombre que aparece en el blog la sanfralixis, recuerda también este momento:

Marineros sin nombre

sin brújulas ni barcos

tan solo el horizonte

les llena los párpados.

¿De dónde salió en su frágil

barcaza que apenas flota,

guiado por una estela en el viento

que deja a su paso una gaviota?

No me importa quién te empuja

a enfrentar tanto misterio

admiro la valentía

del sueño llevas dentro.

No me cuenten las razones

que gritan en cada orilla

digan cuantos son los muertos

de tan negra pesadilla.

El mar es su monumento

cada ola un epitafio

sus nombres aparecen

escritos en tanto espanto.

Tan solo el horizonte

les ha llenado los párpados.

Marineros sin nombre

sin brújulas ni barcos.

Lo increíble de la crisis de las balsas en 1994 fue que nadie en la flamante Organización de Naciones Unidas se preocupó y colocó una simple recomendación sobre este conflicto. ¿Ninguno de los honorables miembros de esa entidad se perturbó al ver cuántos ciudadanos de un país preferían morir en el mar que mantenerse dirigidos por un gobierno que se auto titulaba humanista? Siempre resultará sospechosa esa indiferencia mundial ante el drama de un pueblo que buscó su manera de resistir, como los negros cimarrones de la esclavitud: huyendo.

A estas alturas la balsa se transformó en un florido negocio que muchos observadores de este proceso aseguran controlan manos oficialistas desde La Habana, ya no son torpes barquitos, sino veloces lanchas de motor con desalmados piratas que cobran miles de dólares a los familiares para sacar de la isla a sus parientes dentro de un peligroso trafico de personas que ya envuelve fuertes conexiones con los carteles de la droga mexicano y con su consecuente saldo de víctimas mortales.

Cuando se analice con minuciosidad los hechos importantes de este oscuro periodo en la historia de Cuba, de seguro que la balsa tendrá su lugar como un arma de protesta y resistencia frente al totalitario régimen de los hermanos Castro.

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