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Las condiciones objetivas


El VI Congreso del Partido Comunista de Cuba no fue más que una maniobra política para mejorar la imagen del régimen castrista.

El VI Congreso del Partido Comunista de Cuba confirmó lo que muchos habían previsto: la culminación de una maniobra política destinada a vaciar las prisiones, desestabilizar la resistencia interna, crear la ilusión de una reforma económica, seducir a la Iglesia Católica cubana, mejorar la imagen del régimen por medio del ex presidente estadounidense Jimmy Carter y coronar al sucesor de la monarquía criolla. Eso es casi todo lo que permiten, por ahora, las condiciones objetivas.

El clan Castro sabe perfectamente que tiene el dinero, las armas y la inmunidad soberana. No hay gobierno alguno dispuesto a desestabilizar la isla o consentir que alguien lo haga. Según incontables testimonios de ex funcionarios cubanos y personas vinculadas a la cúpula gobernante, un buen número de familiares de los Castro y el núcleo de militares históricos viven en el exterior y poseen propiedades en diversos países. Saben que mientras conserven el control del estado cubano gozarán de una relativa seguridad y por lo tanto evitarán incurrir en el mismo error que llevó a Pinochet a perder su inmunidad parlamentaria. No pueden delegar o entregar el poder bajo ninguna circunstancia.

Por consiguiente, el clan Castro es consciente de que cualquier cambio verdaderamente estructural abriría las puertas del mercado a la población cubana. Surgirían industrias por todo el país, florecería el sector agropecuario, la compra venta de casas y terrenos, automóviles, restaurantes. Correría el dinero por la isla enriqueciendo a muchos… y ahí mismo comenzaría el peligro de que una vez que los cubanos gocen de solvencia económica surja entre ellos alguna aspiración política. Este principio marcará el límite de hasta dónde puede llegar el trabajo por cuenta propia.

Así lo hizo saber Raúl Castro cuando dijo que "no se permitirá la concentración de propiedades". En esa misma vena había advertido con bastante antelación que "A mí no me eligieron para restaurar el capitalismo en Cuba", como si en su elección se hubiera manifestado la voluntad soberana del pueblo cubano.

Raúl Castro comprende que su régimen necesita oxígeno, no demasiado, pero suficiente para ganar tiempo, como lo hizo su hermano cuando desapareció el subsidio soviético. Si se quiere tener una idea más precisa de la estrategia de Raúl consúltese el proceso de "Rectificación de errores y tendencias negativas" de 1986.

En segundo lugar sobresale la interrogante de cómo se desarrollará el proceso que Raúl ha puesto en marcha. Se da por sentado que el Clan Castro no entregará el poder como lo hizo Pinochet al ganador de unas elecciones democráticas. Tampoco nombrará sucesores fuera de su círculo íntimo. Y la formula de dos períodos de cinco años consecutivos de gobierno hasta un máximo de diez años le garantizará una vejez sin sobresaltos a los históricos que aún viven. Al parecer, ellos han hecho suya la frase del Rey Luis XV de Francia, "Después de mi el diluvio".

Tomando en cuenta el precedente histórico, se puede afirmar con toda confianza que a partir de la ausencia de Fidel y Raúl Castro comenzará un inexorable conteo regresivo. Algunos piensan que los futuros cambios en Cuba se asemejarán a los modelos de transición en Europa Oriental, aun cuando no está claro en qué consiste la analogía. Otros opinan que los militares tomarán el poder, como si no fueran militares lo que gobiernan la isla hace más de medio siglo.

Pero cabe preguntar, ¿qué método utilizarán los herederos del castrismo para elegir entre ellos a los futuros jefes de gobierno? Tras la enfermedad que le incapacitó para gobernar, Fidel Castro nombró sucesor a su hermano Raúl, pero parece poco probable que esa fórmula se repita cuando desaparezca Raúl o sus condiciones de salud le obliguen a abandonar el gobierno. Llegado ese momento, probablemente se instituya en Cuba la solución del "dedazo" para nombrar a los futuros mandatarios de la isla, a imagen y semejanza del Partido Revolucionario Insurreccional (PRI).

Desde luego que una vez desaparecidos Fidel y Raúl Castro, el proceso cubano puede desembocar en acontecimientos repentinos como la caída del Muro de Berlín o insurrecciones populares pro democracia al estilo de las que han estremecido a los países árabes. Eso sería lo deseable para acabar de poner fin al demencial experimento del castrismo, pero no se puede descartar la fórmula del dedazo para elegir a un nuevo presidente. Con cada dedazo y el paso del tiempo, cabe la posibilidad de que los nuevos dirigentes puedan sentirse cada vez más libres de ataduras históricas y políticas e inclinados a tolerar un ensayo de democracia. En ese caso habría prevalecido el modelo de la Revolución Mexicana.

Ya sea una transición a la europea o la mexicana, el castrismo parece haber agotado su ciclo histórico. Que Raúl Castro haya alcanzado un éxito relativo en el proceso que culminó con la excarcelación de los presos políticos no altera el hecho de que las condiciones objetivas le son desfavorables. Es posible que a Raúl se le recuerde como el hombre que enterró la revolución castrista.

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