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La cultura del caudillismo


Dado que la cultura no cambia a menos que cada uno de sus miembros cambie, el caudillismo persistirá en América Latina aun cuando cambie de maquillaje.

Ollanta Humala está a las puertas. Se sospecha que de llegar a la presidencia de Perú, Humala asumirá los rasgos del caudillo populista moderno: presidencia vitalicia y poder absoluto en nombre de una coartada ideológica.

Los caudillos del siglo pasado eran más crudos, pero tal vez gozaban de mayor legitimidad porque no maquillaban la esencia del caudillismo: el paternalismo. Se puede hablar también de personalismo y continuismo político, pero esos rasgos aparecieron más tarde. El rasgo paternal tuvo su génesis en la hacienda ganadera, cuna del caudillo, donde su autoridad era indiscutible. No obstante, la cuestión del caudillismo sigue siendo la misma: Si tal comportamiento se hereda o viene determinado por el entorno.

Al parecer es una combinación de ambas cosas, pero conviene señalar que ese comportamiento se circunscribe a los ambientes locales: el origen del caudillismo latinoamericano es distinto al de los condottieri italianos, los señores de la guerra chinos o el shogun japonés. Todos ellos comparten una función universal de liderazgo pero difieren en organización y objetivos.

Dado que la cultura no cambia a menos que cada uno de sus miembros cambie, el caudillismo persistirá en América Latina aun cuando cambie de maquillaje. Es cierto que sacado de su entorno natural a edad temprana y llevado a China, por ejemplo, un niño de cualquier rincón del mundo aprenderá a comportarse como un chino en toda la extensión de la palabra, pero no podemos hacer lo mismo con todo un pueblo. El comportamiento de cada grupo humano se fija de tal manera que sus rasgos individuales nos permite incluso hablar de regiones: el Caribe, Centroamérica, el Mediterráneo y así sucesivamente.

Por consiguiente, que gran parte de América Latina no sienta inclinación por la democracia y el libre mercado no se debe solamente al entorno. La tabla rasa de John Locke, el concepto de la pizarra en blanco, la noción de que los seres humanos vienen al mundo sin ideas innatas, ha perdido terreno. De modo que para entender a Ollanta Humala, Hugo Chávez, Rafael Correa y esa nueva promoción de caudillos latinoamericanos hay que entender la génesis del caudillismo regional.

En su obra Dictadores de América, 1936 (se puede encontrar en la Biblioteca del Congreso), el colombiano Pedro Juan Navarro explica por qué América Latina no ha podido romper con su tradición antidemocrática institucionalizada por su principal figura: Simón Bolívar.

"Con él (escribe Navarro) desapareció el más grande dictador de América del Sur y su figura más enigmática. Se ha hecho de Bolívar el símbolo del hombre de estado republicano, cuando es evidente que él soñó toda su vida con una dictadura imperial de vastas tierras remotas." El Libertador plasmaría su sueño finalmente en la llamada Constitución Boliviana, concebida y redactada por él, en la que proponía un presidente vitalicio y senadores hereditarios. El ejemplo que ahora intenta seguir la nueva promoción de caudillos del siglo XXI.

En lo relacionado con la democracia, Bolívar pensaba que era una cosa
"tan débil que el menor obstáculo la derrumba y arruina". En lo concerniente a la consulta popular creía que "no debe dejarse todo al azar y a la aventura de las elecciones". Y en cuanto al resultado de las elecciones consideraba que "el gobierno democrático absoluto es tan tiránico como el despotismo". Este es el precedente que varios gobernantes latinoamericanos invocan en su intento por disolver el poder legislativo y gobernar desde la plaza.

Desde sus respectivas plazas de la revolución o donde les parezca, rodeados de muchedumbres delirantes, los modernos caudillos de la región (ahora llamados populistas) aspiran a formular argumentos equivalentes a decretos aprobados de inmediato por los gritos de la multitud. A esto le llaman "democracia participativa".

José Ortega y Gasset se refería a estos Gracos de nuevo cuño como "cabezas confusas que no saben bien lo que quieren ni lo que no quieren... pertenecen a ese tipo de hombres nacidos para disparar juntos todos los problemas y no resolver ninguno. Son mentes vagas, almas patéticas, atraídas teatralmente por gesticulaciones heroicas que han visto antes en libros".

En los años noventa muchos pensaron que estos Gracos criollos se estaban extinguiendo. Los latinoamericanos comenzaron a manifestarse en las urnas y se registraron elecciones pacíficas y transparentes en varios países de la región. Sin embargo, el periodista peruano Fernando Iwasaki Cauti escribió un profético artículo (1994) en el que alertaba sobre semejante ilusión. "El fin de la utopía bolivariana (de las dictaduras personales y todopoderosas) no significa la erradicación de los gobiernos de facto, sino su transformación en proyectos más complejos y de impredecible evolución". Ollanta Humala ad portas.

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