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Jaque mate a la tristeza


Cuando llegué a la cárcel de Boniato en abril del 2003, aquel muchacho de cuerpo canijo, lentes de aumento y vestido de blanco -nunca aceptó vestir el uniforme de preso- no me pareció común. Había en él algo de hidalguía mesurada. Su lenguaje reposado y cuidadoso lo separaba del resto de los reclusos. Y aunque era lacónico pude entrever que algunas lecturas lo habían transcurrido.

Pasó frente a mí y con su saludo entró a la angostura de mi celda cierto aire de confianza que no me habían brindado otros. Era uno de esos días en que el agua no llegaba a los grifos de los calabozos y se hacía menester salir -por turnos- al baño común para darse un pobre, apresurado enjuague de cara, axilas y pies.

Llevaba la toalla cruzada al brazo y una jabonera en la mano. "Buenas tardes, señor", me dijo. Se detuvo un instante y: "he leído sobre ustedes en estos días" -se refería al Grupo de los 75- "hay momentos en la vida de los pueblos en que a los hombres decentes sólo les es posible el exilio o la cárcel".

Me miró de frente, recto a los ojos, por el poco espacio que permitía la plancha de acero con que tapiaban las puertas de las celdas, y continuó: "me enorgullece conocerlos a ustedes", e iba a seguir su camino. "¿Cómo te llamas?", atiné a preguntar. "Carlos Luis Díaz Fernández", me respondió, "estoy en la cárcel por querer viajar a la libertad, entonces tenía 24 años, fue el 5 de octubre de 1992". Y comprendí que era uno de los tantos balseros condenados en Cuba por el solo motivo de no aceptar vivir bajo el comunismo.

Tres días después, cuando volvió a tocarle el turno de baño -ya llevábamos diez sin agua dentro de los calabozos- al pasar, me preguntó si me gustaba el ajedrez, y le respondí afirmativamente. Por la noche uno de los guardianes me entregó, de parte de Carlos Luis, un envoltorio que contenía pequeños trebejos esculpidos en el hosco jabón de las prisiones. Las fichas negras con jabón de lavar; las blancas, con jabón de tocador.

Estuve largo rato mirando las figuras. Quien las había fabricado tenía talento de escultor. Bastaba con observar el caballo para darse cuenta. Hasta las crines habían sido trazadas. Entonces no sabía que Carlos Luis había soñado ser pintor pero como tenía "fama de gusano", no le permitieron matricular en la escuela de artes.

El tablero lo trazábamos en el piso con un pedazo de cal endurecida. Las jugadas nos las gritábamos de celda a celda. El habitaba la número 23 del segundo piso, yo la 31. El ajedrez nos hizo amigos.

En este mismo instante, Carlos Luis se ha agenciado una condena de 19 años que le han impuesto en la cárcel por diferentes cargos: desacato, desobediencia y evasión. Cuando lo conocí era un hombre saludable. Tenía sólo 33 años. Hoy tiene 40 y está enfermo, desnutrido, con pérdida sustancial de peso, diabético y padece de dolores precordiales.

Tras la huelga realizada en noviembre del 2003 junto a Próspero Gaínza en Boniato, fue trasladado a la Prisión Kilo 8 de Camagüey. Más tarde lo lanzaron al Combinado de Guantánamo, donde conoció personalmente a Orlando Zapata Tamayo y compartió con Juan Carlos Herrera Acosta, a quien conocía de Boniato. En marzo de 2007 se unió a una huelga de hambre protagonizada por Juan Carlos, Leoncio Rodríguez Ponce y José Daniel Ferrer García.

En la época en que sacamos subrepticiamente mi diario de prisión para entregarlo a la prensa internacional, Carlos Luis jugó en ello un importante papel. De él es el dibujo de la celda que sirvió de apoyo gráfico en su publicación.

Esta es la vista que tenía Carlos Luis desde su celda en el segundo piso de Boniatico, nombre que lleva el régimen de mayor severidad de la prisión de Boniato. Ilustración hecha por Carlos Luis Díaz Fernández en el año 2003.

De él es también la letra diminuta y clara con que transcribió los poemas que logramos escurrir desde el pabellón de máxima seguridad de la cárcel de Boniato.

De él es la gloria de no haber claudicado. De él es esta crónica -que hace tanto tiempo le debía- y con la que luchamos contra el olvido de quienes guardan un oscuro presidio político, como él, para que un día, juntos otra vez, cuando vuelva a sonar su risa expansiva y galopante demos jaque mate a las tristeza de estos días.

Este es un poema de Manuel Vázquez Portal transcrito a mano por Carlos Luis, quien es un amante de Pablo Neruda. Carlos Luis ayudó a sacar el diario de Vázquez Portal de la prisión.
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