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Inversiones en Cuba


Lo primero que debe aprender el inversor tras poner pie en tierra (si no lo sabe) o recordar (si lo olvidó), es que en Cuba no existe un sistema judicial independiente ni las instituciones indispensables para hacer viable una economía de mercado.

No se sabe exactamente cuándo, pero se acepta al menos empíricamente que la oportunidad de hacer inversiones en Cuba no llegará hasta que desaparezcan, además de Fidel y Raúl Castro, los ancianos de la tribu. Los históricos que se identifican con el tótem castrista.

Estamos hablando de un plazo aproximado de diez años, lo cual supone una larga espera en un terreno conductual selvático, pero con el potencial de un mercado virgen. Se supone que el que desembarque primero será el que ponga la pica en Flandes.

Algunas empresas extranjeras ya operan en Cuba, pero son negocios pactados con el máximo líder en la trastienda de su bodega en La Habana. La cadena Sol Meliá, por ejemplo, nombró a Fidel Castro "fundador honorífico del Hotel Sol Palmeras", el primero que esta empresa española construyó en la isla en 1990.

Por supuesto, en cualquier lugar del mundo el objetivo de los inversionistas extranjeros es ganar dinero y por ende crear riqueza, pero en Cuba los empresarios encaran también un dilema político y moral. Conviene pues que el inversionista en ciernes se ponga al día sobre el acontecer histórico de intramuros antes del desembarco.

Lo primero que debe aprender el inversor tras poner pie en tierra (si no lo sabe) o recordar (si lo olvidó), es que en Cuba no existe un sistema judicial independiente ni las instituciones indispensables para hacer viable una economía de mercado.

No pierda su tiempo tratando de persuadir a Ricardo Alarcón para que presente este asunto ante la legislatura: el poder no esta en la Asamblea del Poder Popular sino en el Consejo de Estado. Con el que usted tiene que negociar es con Raúl Castro en la trastienda de la bodega que usaba su hermano.

Preste atención tanto a lo que dicen como a lo que omiten los jerarcas del clan. Dado que hay que cubrir las formas, los emisarios del gobierno le informarán que usted podrá encontrar en la Ley 77 todo lo concerniente a la inversión extranjera en Cuba. Dicha ley permite invertir casi en cualquier sector económico del país y garantiza la no expropiación salvo por motivos de utilidad pública o interés social, un saco de boca ancha en el que cabe cualquier cosa.

Durante la lectura del documento, el inversor tropezará con un serio problema legal y moral: Agencias de Contratación del régimen le suministrarán la fuerza de trabajo, el Estado cobrará los salarios en dólares y pagará a los empleados en pesos cubanos. Medio mundo se ha plegado impunemente a esta violación de convenios y normas de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Si el inversor quiere poner la pica en Flandes dentro de diez años tendrá que engatusar a su conciencia.

Aun así, cuando ciframos en una década la manifestación de un cambio significativo en Cuba, no pasa de ser una predicción basada en cierto número de expectativas que pueden hacernos quedar muy mal. No es la primera vez que los ancianos de la tribu se aferran desesperadamente al tótem castrista, como sucedió en el VI Congreso del Partido Comunista.

Aquí el futuro inversor debe recordar que tras el colapso de la Unión Soviética y el fin del subsidio de Moscú, Fidel Castro abrió las puertas a los inversionistas extranjeros en 1994. Cuando se sintió recuperado comenzó a cancelar contratos y regresó a la centralización económica de otros tiempos dejando en la estacada a los que también habían desembarcado con el sueño de contribuir al desarrollo de Cuba y hacer fortuna.

Nadie sabe a ciencia cierta cómo se comportarán los sucesores de los ancianos de la tribu, hombres más jóvenes y menos comprometidos con el pasado pero formados en un sistema asombrosamente corrupto. Con todo, es de esperar que con el paso del tiempo las empresas extranjeras puedan operar en Cuba con mayor libertad y menos riesgos, pero siempre cabe la posibilidad de que surja un émulo del comandante en jefe.

Por consiguiente, después de diez años de espera y una inversión cuantiosa, el empresario extranjero debe aguzar el oído, andar con paso corto y vista larga, siquiera por aquello de que los leones sordos se comen a los inocentes. Y si por casualidad ve en alguna parte un párrafo suelto que diga algo así como «rectificación de errores y tendencias negativas», eche a correr y póngase a salvo, que cuando lo que está de por medio es dinero y poder político, los ancianos de la tribu no creen en nadie.

Max Marambio, empresario chileno amigo de Fidel Castro que ganó fama y fortuna en sociedad con el régimen de La Habana, fue juzgado en ausencia y sentenciado a 20 años de cárcel por delitos de corrupción. Cierto que Marambio era un testaferro de Castro (según dicen), pero con el régimen cubano lo mismo cae en desgracia un compinche que un empresario honrado o una multinacional.

Se podrían citar muchos casos pero basta como ejemplo el litigio entre la corporación valenciana Zell Chemie y la empresa cubana mixta Zell Sanid S.A., divulgado por el periodista Wilfredo Cancio en 2006. Después de años de valioso servicio al Ministerio de Salud Pública de Cuba, Zell Chemie se vio obligada a denunciar que «El Estado cubano expropió la tecnología y la propiedad intelectual para plaguicidas que la firma había cedido a la empresa mixta Zell Sanid S.A.»

Así que tenga cuidado: Por muchas promesas verbales o escritas que el gobierno cubano promulgue para atraer la inversión extranjera, las empresas foráneas siempre estarán a merced de las arbitrariedades del Estado cubano. No obstante, a pesar del riesgo, algunos empresarios invierten su dinero porque en Cuba no hay problemas con los sindicatos, los trabajadores no protestan ni exigen contratos colectivos.

Por ese camino el país continuará bordeando peligrosamente el precipicio. Para prosperar Cuba necesita de una sociedad civil protegida por instituciones independientes del Estado, valuarte inexpugnable contra las ambiciones de los autócratas.

En 2002, un grupo de cubanos presentó el llamado Proyecto Varela, una propuesta que abogaba por reformas políticas y contaba con las 10 mil firmas exigidas por la Constitución cubana para llevar a cabo un referéndum. Ese mismo año Fidel Castro organizó otro referéndum con el fin de impedir el plebiscito solicitado por el Proyecto Varela. Por supuesto, la propuesta de Castro recibió la aprobación del 99 por ciento de la población cubana, declaró el sistema socialista irrevocable y cerró el paso a cualquier iniciativa pluralista presente o futura. Así Cuba nunca saldrá adelante.

Algún que otro inversor visionario abriga esperanzas de cambio una vez que Fidel y Raúl Castro salgan de circulación por completo en un plazo de diez años. El cálculo tiene sentido, se ajusta a estadísticas fiables no a deseos o predicciones subjetivas, pero implica un riesgo reduccionista al depositar toda la esperanza en un valor absoluto.

Desgraciadamente, los ancianos de la tribu siguen fomentando el odio contra Estados Unidos. No les interesa ni pueden normalizar relaciones con Washington porque ese es su leitmotiv, su única razón de ser: Vengar la afrenta de la intervención norteamericana en 1895 y reconquistar la isla, reminiscencia de Granada. Conviene que cuando pongan pie en tierra, los inversionistas extranjeros comprendan que se han montado sin saberlo en una máquina del tiempo y han desembarcado en el siglo XIX.

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