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El tamaño de Agustín


Los guardianes no pudieron bajarlo del elevado muro que bordea el pabellón de máxima severidad de la penitenciaría. Dispararon al aire sus ráfagas de AK- 47 y sólo consiguieron que él se golpeara el pecho y los conminara, con vocablos feroces, a que le dispararan ahí.

La policía política tampoco consiguió que descendiera. Viril. Enardecido. No acalló su ardor contra la injusticia. Invitaba a los agentes a que subieran a bajarlo, si les alcanzaba el coraje -les decía- pero con palabras más gordas.

Entonces llevaron a un grupo de presos comunes -bajo soborno de que les otorgarían visitas y licencias conyugales- para que lo derribaran. Los presos comunes parecían depredadores acorralando a su víctima. Lo fueron rodeando hasta que, con rudos forcejeos, lo hicieron caer.

Ocurrió exactamente el 8 de mayo de 2003. Yo lo anoté en mi diario de prisión. No quería que se me olvidara, que se olvidara. Era el primer acto salvaje que presenciaba en la cárcel de Boniato, en Santiago de Cuba.

No sabía entonces quién era aquel muchacho de valentía sin par. Fue otro preso político, Raumel Vinajera, quien me explicó que se llamaba Agustín Cervantes, y que quien lo acompañaba sobre el muro era su hermano Jorge. Ambos estaban presos por ser activos promotores del Proyecto Varela.

Lo de las costillas rotas y la pierna partida de Agustín lo supe más tarde en el hospitalito de la prisión. Me habían llevado para unos exámenes de laboratorio. Allí supe también que lo habían trasladado hacia las celdas de castigo de la cárcel de Aguadores.

Pasaron algunos meses y Agustín Cervantes volvió a protagonizar eventos que lo eternizarían en mi memoria. Juan Carlos Herrera, Normando Hernández, Nelson Aguiar, Antonio Villarreal, Próspero Gainza y yo, habíamos iniciado una huelga de hambre contra las pésimas condiciones en que extinguíamos nuestras condenas. La decisión de la policía política fue atomizarnos por diferentes prisiones del país, y casualmente, fui a carenar en las celdas de castigo de la cárcel de Aguadores.

A Agustín -previamente- lo habían trasladado para el campamento número cinco con el objetivo de que no coincidiéramos en los calabozos de aislamiento. Pero él se las ingenió para dejarme ciertos enlaces, y la noche de mi llegada ya me esperaban con cigarrillos y un bulto de periódicos viejos.

Lo de los cigarrillos lo entendí. Apaciguan el hambre. Recortan el tedio. Matan el tiempo, y a uno. Lo de los periódicos viejos vine a comprenderlo cuando el frío de la madrugada se instaló en el piso desnudo de la celda donde dormía sólo en calzoncillos. Nunca agradecí tanto tan precario abrigo.

Agustín y yo nos estrechamos las manos por primera vez después que él le vaciara en el rostro a un guardia el sancocho que nos servían en el comedor del penal.

Habíamos acordado un encuentro personal para preparar una huelga que involucraría a varias cárceles de la provincia Santiago de Cuba, pero la policía política había orientado que no podíamos ni vernos, y no hallábamos la forma de conseguirlo, y entonces a Agustín se lo ocurrió comenzar una discusión con uno de los guardianes y arrojarle los alimentos en la cara.

Así lo hizo. Inmediatamente -esposado y a empellones- fue a dar a las celdas de castigo. Al llegar se desprendió de los custodios, corrió a la puerta de mi celda y allí nos dimos las manos como viejos amigos.

Cuando la policía política supo que estábamos juntos en las celdas de aislamiento se enfureció, pero ya era tarde, el plan de huelga había sido trazado. Y para el momento en que trasladaron a Agustín para los campamentos todo estaba previsto.

En noviembre del 2003 comenzamos una huelga en la que Agustín demostró su capacidad de líder, su tamaño de héroe.

El había conseguido que al menos 13 presos comunes nos secundaran en los cinco campamentos del penal. La huelga fue un éxito: en la cárcel de Aguadores, Agustín y yo al frente de los huelguistas; en Boniato, Próspero Gainza y Carlos Luis Díaz Fernández; en Mar Verde, Mario Enrique Mayo; y en Holguín, Angel Moya, Adolfo Fernández Saínz y otros más. Se sintió fuerte por aquellos días la presencia de los 75 y de Agustín Cervantes.

Ahora estoy en el exilio. Exilio que también han impuesto a más de 60 de mis compañeros de la Primavera Negra, y me ha llegado la noticia de que Agustín Cervantes está ingresado en un hospital de Santiago de Cuba luego de permanecer por varios días en otra huelga de hambre.

He sentido rabia. He sentido pesar. Pero, sobre todo, he sentido una tierna envidia. Agustín no debía estar esta vez sin mí a su lado. Me consuela saber que su hermano Jorge sí lo está, y que desde La Habana el líder del Movimiento Cristiano Liberación, Oswaldo Payá Sardiñas, ha pedido al activista que abandone la huelga de hambre que mantiene en defensa de su propia dignidad y los derechos humanos en la isla y que desde España Luis Enrique Ferrer García lo recuerda del modo en que usted puede saber si pulsa el audio.

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