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El Papa, Cuba y huecos de luz


La visita de Juan Pablo II representó un largo camino de astucias políticas, presiones y una delicada, pero activa diplomacia que se gestó en torno a esa llegada por más de 18 años.

La visita del Papa Benedicto XVI a Cuba el año próximo pondrá a prueba otra vez las sutilezas políticas del Vaticano en su pulseo con el sistema comunista más antiguo del hemisferio occidental.

En esta ocasión el santo padre es otro y también es otro Castro el máximo jefe de la isla, aunque ambos mantengan el mismo derrotero de sus predecesores.

Vale recordar que la visita de Juan Pablo II representó un largo camino de astucias políticas, presiones y una delicada, pero activa diplomacia que se gestó en torno a esa llegada por más de 18 años. El primer gesto de invitación oficial del gobierno de Fidel Castro al Papa fue en 1979 cuando le solicitaron que efectuara una escala técnica en la isla, durante un viaje que realizaba por América Latina.

La comunidad cubana de Miami le pidió lo mismo y el Papa, ante la disyuntiva, prefirió salirse del embrollo con un fallo salomónico: hizo escala en Bahamas. Sobre esa decisión admitió Fidel Castro en 1986 durante una entrevista: “Nosotros pensamos que una visita a Miami no sería una visita a Cuba, sería una visita a Estados Unidos… no nos agradó que el Papa, en aquella ocasión no hiciera una modesta escala en Cuba.” Y agregó: “Eso, desde luego, no predispuso nuestro ánimo para insistir o reiterar invitaciones al Papa para visitar a Cuba”. Esas palabras no fueron frases hechas, a partir de ese instante comenzaron a fluir de forma constante y discreta mensajes y señales del Vaticano a La Habana y viceversa: ¿el código? ¿Cuándo visitará a Cuba el santo padre?

Cuba anunció otra invitación en 1990, pero otra vez el arribo del sumo pontífice se aplazó hasta principios de 1992. Sin embargo en 1998 en medio de grandes expectativas el papa viajero llegó finalmente a la isla. Pero antes de ese arribo, la iglesia católica cubana pasó a través de un largo y duro sendero de enfrentamiento y discriminación que reconoció el propio Fidel Castro al sacerdote brasilero Frei Betto.

Ese vía crucis de la iglesia fue clasificado por la jerarquía católica de la isla en tres periodos. Una primera etapa conocida como “desconcierto” (1959-60), una segunda fase, “confrontación Estado Iglesia” (1961-62 y una tercera llamada “evasión” (1963-67), donde se redujo el número de sacerdotes a un 25 por ciento.

No es hasta 1985 que las relaciones revolución-iglesia se deshielan de manera gradual, cuando ambas partes establecen un diálogo que permitió una apertura del estado al tema religioso y se abrió la oficina de asuntos religiosos del Partido Comunista, que encabezó el fallecido Felipe Carneado.

Ese mismo 1985 una delegación de la iglesia norteamericana visitó la isla y se entrevistó con Fidel Castro. Un año después los obispos cubanos organizaron el primer encuentro nacional de católicos. En 1992 las finas redes de la diplomacia católica comienzan a tejerse sobre el problema cubano con mayor fuerza. El Papa acreditó hacia La Habana al cardenal Roger Etchegaray, presidente de la comisión pontificia justicia y paz, para negociar el establecimiento de “caritas-cuba”, que el gobierno aceptó sin reparos.

Para diciembre de 1993 el cardenal Etchegaray realizó una segunda visita a Cuba donde expresó su apoyo a un diálogo nacional de paz y reconciliación, la atenuación de las severas leyes del régimen y al levantamiento del embargo estadounidense.

El Vaticano no detuvo sus maniobras y al ser designado Jaime Lucas Ortega como nuevo cardenal de Cuba en 1994, Etchegaray volvió a regresar a la isla. Todo estaba listo para la visita del cardenal Bernadin Gandin, decano del colegio cardenalicio, prefecto de la congregación de obispos y presidente de la comisión pontificia para Latinoamericana, en julio de 1995.

Gandín fue recibido por Castro en una entrevista privada por espacio de media hora y lo que allí se dijo fue tan prometedor para la iglesia que el cardenal señaló la existencia de condiciones para que el diálogo entre el Vaticano y La Habana “fructifique y tome la visita de un viaje papal a Cuba”, como indicó a periodistas el prelado.

Desde ese entonces ya transcurrieron más de una década y las condiciones que encuentra Benedicto XVI ahora en Cuba no son, ni por asomo, las que vivió Karol Wojtyla o sea Juan Pablo II. Cuba se encuentra sumergida dentro de una crisis económica que ahoga al régimen castrista y con una sociedad que cada día abandona los valores ideológicos de credo político admitidos bajo la careta de la doble moral. Los ciudadanos pierden el miedo de manifestarse en las calles para reclamar sus derechos.

Bajo ese entorno, los ancianos del grupo “sierramaestrero,” que encabeza ahora Raúl Castro mueven sus aparentes reformas con sumo cuidado y mucho temor de que un hecho insignificante prenda el polvorín del descontento que por mas medio siglo rodea al cubano de a pie, quien perdió su vida sin encontrar el futuro prometido.

Una explosión popular del tipo “maleconazo”, como ocurrió en los inicios de los años 90, obligaría al régimen a una represión total en las calles que pudiera desembocar en un motín al estilo de los países árabes como Egipto o Libia.

Dentro de sus viejas movidas, que utilizan y vuelven a emplear por ser efectivas frente a los “tontos útiles en el exterior, el régimen anunció para la llegada del Papa la liberación de 2,900 presos. Eso mismo hizo Fidel Castro en 1998 cuando indultó a dos centenares de presos. Son medidas efectistas de publicidad que a la vez le quitan un poco de presión a la olla social y de paso alivia tener que alimentar y vestir a esa cantidad de reos.

El nuevo Papa es un hombre de una gran cultura, habla seis idiomas, tiene ocho doctorados honoris causa y además lee el griego y el hebreo. Esperemos que todo ese caudal de conocimientos le sirva para lidiar ante los ladinos detentores del poder en Cuba.

Ojalá que su visión del mundo, la cual expresó muy bien en su segunda encíclica, Spe salvi, logre transmitírsela al sublíder cubano en su gran parte cuando sostengan sus conversaciones. Sobre todo deberá apoyarse con todo en su referencia en que la victoria de la razón sobre la irracionalidad es un objetivo de la fe cristiana, ya que si existe un gobierno irracional y destructivo ese sin dudas es el del estado cubano.

Pero lo más importante de esa encíclica y que debe defender el Papa con sapiencia es que la experiencia del marxismo mostró claramente que un mundo sin libertad no es un mundo bueno. ¿Entenderá Raúl Castro ese mensaje y pondrá en marcha verdaderas reformas para darles la libertad a los ciudadanos cubanos en lo tocante a sus derechos humanos finiquitados en todas las direcciones desde su gobierno?

Es difícil creer que el heredero del trono socialista de la isla comprenda ese texto y mucho menos que abra las puertas a la sometida población, pero no es posible soslayar que la visita del Papa será un hueco mas a la aparente armazón cerrada del gobierno y no cabe la menor duda de que hueco a hueco se puede ver más y más la luz de las nuevas ideas. Se puede distinguir más cerca la libertad.

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