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El cuento del Plan Alimentario castrista


Cuando los dirigentes castristas mencionan la palabreja, sus ojos se dilatan y sus voces imprimen tanta seguridad al afirmar que llegarán, con su camino socialista, al final del arco iris donde se encuentra el “futuro luminoso del pueblo cubano”

Ningún escritor de relatos infantiles consiguió nunca entretener e ilusionar a toda una nación con una historia como hace el castrismo con su cuento del Plan Alimentario, una ficción que sus autores no terminan de escribir todavía.

La recordista mundial Sheherazade solo alcanzó a narrar cuentos durante mil y una noche, cifra superada ya por los hermanos Castro, quienes ya llevan 18, 262,1099 noches, además de sus días, contando cuentos. Uno de sus mejores, sin dudas, es el llamado Plan alimentario.

¡El Plan Alimentario! ¡Ah… el Plan Alimentario! una palabra evocadora, sugestiva, prometedora, futurista, llena de placeres incalculables, casi tan misteriosa y poderosa como el “ábrete sésamo” que abría la cueva de los 40 ladrones. Cuando los dirigentes castristas mencionan la palabreja, sus ojos se dilatan y sus voces imprimen tanta seguridad al afirmar que llegarán, con su camino socialista, al final del arco iris donde se encuentra el “futuro luminoso del pueblo cubano”, ese sitio donde terminan las penurias y dificultades, que es difícil pensar que ellos mismos no creen lo que dicen.

Como todo cuento infantil que se respete el “Plan Alimentario” es perseguido por el maléfico dragón, los Estados Unidos, pero el rey bueno, que es nada más y nada menos que el “invicto comandante”, quien después de la caída del mundo de los mitos, o sea el campo socialista, con su espada mágica llamada “batallas de ideas”, mantuvo vivo el espíritu fabulario del socialismo. ¡Wow!, ni Walt Disney, ni J.R.R Tolkien, el escritor de “El señor de los anillos” llegan a tanta imaginación y sobre todo considerarla real e imponerla a toda una población con esa característica de ser creíble.

Claro, dentro de la última versión del cuento no aparecen capítulos como el desastre del Cordón de La Habana, cuando el brillante líder decidió sembrar café caturra en los alrededores de la capital para que gracias a eso, no solo tuviéramos suficiente café para el consumo nacional. “Nos vamos a convertir en una potencia cafetalera, además de ser una potencia azucarera”, dijo en aquella etapa.

Y al decir “potencia azucarera”, nos llega de trompicones la desastrosa zafra de los 10 millones de toneladas de azúcar del año 1970 cuando decidió utilizar todos los recursos del país, demolió extensivas cantidades de tierra para sembrarlas de caña, movilizó a una enorme fuerza de trabajo, solo para conseguir la utópica zafra de 10 millones de toneladas, a la que afirmaba sin empacho que cumpliría:

“Y es un motivo grande de satisfacción poder asegurar en este momento que disponemos de la caña necesaria para los 10 millones de toneladas de azúcar. Esas cifras han sido minuciosamente analizadas en todas las provincias, y con criterios más bien conservadores. Porque esta zafra de los 10 millones abrirá la confianza hacia el país absolutamente, abrirá de par en par las puertas del crédito a nuestro país, consolidará toda la confianza de los que han concedido los créditos a Cuba”, dijo Castro.

El final de ese capítulo millonario del azúcar resultó que pese a paralizar en la práctica el resto de las industrias del país solo consiguieron producir 8 millones de toneladas.

Los enemigos de Cuba y que hablan mal del país- como nombran a la acción de quienes critican al Gobierno, el cual también por un resultado casi mágico se identifica con toda la nación cubana- aseguran que como es posible alcanzar un plan alimentario si la economía castrista se encuentra en bancarrota y nunca funcionó y es totalmente ineficiente como toda la estructura del socialismo impuesto por la desaparecida URSS y que solo funcionaba dentro de los libros de textos económicos, impresos por ellos mismos, por supuesto.

Miremos la actual realidad: una maltrecha y casi desaparecida industria azucarera, base fundamental de la economía cubana que no es capaz de llegar en la actualidad al millón de toneladas cada año, la producción de alimentos es insuficiente e inoperante, el llamado milagro médico-farmacéutico está colapsado por falta de materias primas y para colmo el propio Gobierno anunció que dejará a medio millón de personas sin empleo.

Medidas como entregar las tierras a los campesinos muestran la desesperación del régimen que ya no se revela tan arrogante como en el inicio del período especial en 1990 cuando el propio Comandante aseguraba: “Nosotros tenemos ideas muy sólidas y una convicción total de que es lo que hay que hacer en la agricultura”.

La propia vida dice que no tienen ni la más remota idea de lo que deben hacer y esa noticia no es de ahora, sino desde que comenzaron a dirigir los destinos económicos de un país que encontraron con resultados palpables, como el alcanzado en 1954 cuando la isla poseía una vaca por cada habitante y ocupaba el tercer lugar en Iberoamérica, solo detrás de Argentina y Uruguay en el consumo de carne per cápita.

No saber todavía qué hacer con la agricultura, no es tan malo, como que a estas alturas no tienen un plan económico eficaz, consensuado, programado, real que enfrente de manera decisiva y efectiva los graves problemas sociales del país. ¿Y cómo conseguir ese plan si aún mantienen el control estático y centralizado los ancianos líderes?

¿Cómo solucionarán el problema de la alimentación en general, si el país se dirige como si fuera un cuartel militar con las implicaciones del ‘ordeno y mando’, sin posibilidades reales de que liberen las fuerzas productivas y surjan pequeñas empresas que funcionen de manera independiente con incentivos fiscales y sin relación con el Estado, entre otras reformas?

Pero esas respuestas son muy rebuscadas y precisas para los cuenteros del régimen castrista. Lo mejor es seguir con la leyenda en general y mantener en cartelera su cuento del plan alimentario que los sacará del atolladero.

Por suerte, en la isla los hipnotizados cubanos cada día que pasa creen menos en los cuentos castristas y la dificultad de llevar la comida a las bocas de sus familias convierten al “importante” plan alimentario en la pesadilla de todas sus historias y lo lleva al rango de ser calificado por el propio pueblo como una de las tantas mentiras de este sistema castrista.

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