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Detrás de un pueblo heroico


Mantener en condiciones casi de pobreza a toda la población podría ser llevadero en ultima instancia dentro del discurso del heroísmo, si en realidad todos atravesaran por los mismos padecimientos...

Ninguno de los cubanos en 1959, cuando llegó aquel joven barbudo de aparente sonrisa simpática y les prometió libertad sin condiciones, tenía la más mínima idea que su país comenzaría a tener un adjetivo añadido por el nuevo líder en sus delirios de grandeza: heroico pueblo.

Así que Cuba, en aquellos tiempos reconocida por su famoso tabaco, la dulzura de su azúcar, buen café, mujeres bellas y música contagiosa, también sería heroica, porque como dijo el barbudo iluminado, el 12 de julio de 1959, “si queremos ser un pueblo enteramente libre y enteramente independiente, tenemos que lograrlo con mucho trabajo y con mucho sacrificio”. Ya empezaba a “sotto voce” el himno hacia las dificultades para muchos y las bondades de una vida más fácil para el grupo de los elegidos.

En realidad la gran mayoría de los cubanos de esa época esperaban que la triunfante revolución solucionara problemas sociales graves como la corrupción y sobre todo iniciara la restauración de aquella democracia fracturada en nuestra joven república con el golpe de estado de Fulgencio Batista. Nadie aspiraba a convertirse en héroe de manera literal y mucho menos asumir tantos sacrificios, solo porque un gobierno lo dictaminara para sostenerse en el poder.

Pero bajo el postulado que aprendió en sus lecturas de “Mi lucha,” y en particular el fragmento que Hitler argumentó dentro del prólogo de su libro de que: “bien sé que la viva voz gana más fácilmente las voluntades que la palabra escrita y que asimismo el progreso de todo movimiento trascendental debiese generalmente en el mundo más a grandes oradores que a grandes escritores”, el estrenado líder cubano comenzó, en cuanto discurso que podía, a mencionar como heroico al pueblo, una y otra vez.

Y en una versión corregida de la guaracha “María Cristina”, del popular Ñico Saquito, el “yo” supremo cantaba repetidamente al pueblo que de manera inocente reaccionaba favorablemente a sus órdenes.

Y vete pa’ la caña… y nos vamos,

Y no me comas carne…y no la como…

Y eres un pueblo heroico… y lo somos

Y nada más que heroico y si lo somos...

Y siempre serán heroicos... y somos más que heroicos…

De esa manera la alerta que transmitió en 1959 la versión profética caribeña del socialismo, comenzaron a cumplirla los cubanos, quienes incorporaron el sacrificio dentro de sus vidas como algo natural y místico. ¿No éramos un pueblo heroico?

Así perdieron poco a poco de forma continua e indetenible no solo productos de consumo necesario, sino sus derechos fundamentales, los cuales fueron liquidados de manera gradual como moscas en esa cruzada por ser heroicos tal y como soñó el nuevo libertador.

Y es que el camino estaba bien trazado por el pequeño líder alemán, quien iluminaba al dirigente del proceso caribeño con sus ideales de “Mi lucha”. Por favor lean con cuidado lo que dice el furibundo Adolfo.

“Una ideología que irrumpe, tiene que ser intolerante y no podrá reducirse a jugar el rol de un simple “partido junto a otros”, sino que exigirá imperiosamente que se la reconozca como exclusiva y única, aparte de la transformación total –de acuerdo con su criterio-del conjunto de la vida pública. No podrá, por tanto, admitir la coexistencia de ningún factor representativo del antiguo régimen imperante.

El éxito decisivo de una revolución ideológica ha de lograrse siempre que la nueva ideología sea inculcada a todos e impuesta después por la fuerza, si es necesario. Por otra parte, la organización de la idea, esto es, el movimiento mismo, deberá abarcar solamente el número de hombres indispensable al manejo de los organismos centrales en el mecanismo del Estado respectivo”, dijo Hitler en “Mi lucha”.

Resulta difícil no enlazar este pensamiento hitleriano con la práctica del régimen cubano en estos 52 años hacia sus ciudadanos, a quienes les inculcaron con fuerza sus creencias ideológicas para justificar su permanencia en el poder de forma absoluta.

Y el resultado de esa ecuación del poder es muy sencillo, los ciudadanos deben seguir al pie de la regla lo dispuesto por el aparato estatal, sin titubear siquiera, y si no están de acuerdo deben permanecer en silencio sin alzar la voz. Aquellos que deciden negar las tácticas y principios que emanan de la más alta autoridad y enfrentan la línea proyectada tienen que pagar un alto precio que oscila desde la absoluta exclusión social hasta el encarcelamiento.

Así bajo la anestésica verborrea del Mesías en jefe, la heroicidad que se realiza ante momentos cruentos de la vida, comenzó a significarse como un título nobiliario y entonces Cuba dejó de ser un sencillo pueblo que aspiraba a crecer y mejorar dentro de sus fronteras nacionales para, por obra y gracia del nuevo credo, inmiscuirse en problemas globales lejos de sus contornos geográficos.

Guerras en África, centrales azucareros regalados a otros países, incitación a la inmolación de manera constante a sus propios ciudadanos, soportar los rigores de la escasez, la falta de libertad de expresión y considerar como único y solo argumento válido el que expresara a través de sus respectivos aparatos de persuasión el gran líder, entre muchos más resortes ideológicos, fueron las exigencias que soportó el pueblo cubano para lograr alcanzar el nivel de heroico.

En realidad la heroicidad del pueblo cubano estaba demostrada desde mucho antes cuando los criollos, codo con codo con los negros esclavos, decidieron enfrentar prácticamente sin armas a España y a sus despreciables guerrilleros para conseguir la libertad.

La heroicidad quedó probada por aquellos jóvenes universitarios que lucharon en las calles contra el régimen de Gerardo Machado primero y Fulgencio Batista después para buscar la libertad y alcanzar una verdadera democracia. Ahora bien, la heroicidad del pueblo cubano siempre estuvo dirigida en una misma dirección: alcanzar un estadio mejor desde el punto de vista social, económico y político para el país, nada de ser gendarmes del mundo, ni una suerte de soldados romanos defensores del imperio socialista caribeño.

Y no es que ayudar a otras naciones sea un hecho despreciable. Todo lo contrario. Lo que ocurre es que resulta contradictorio auxiliar a otros cuando todavía no tienes las condiciones para sacar a tu país del atolladero y tu gente lo pasa mal.

Mantener en condiciones casi de pobreza a toda la población podría ser llevadero en ultima instancia dentro del discurso del heroísmo, si en realidad todos atravesaran por los mismos padecimientos, pero nadie desconoce que los miembros de la elite gubernamental y sus hijos disfrutan de otro tipo de vida heroica, donde se diseminan los viajes, las buenas comidas, mejores ropas y casas más confortables.

Después de 50 años de un mismo gobierno autoritario, la isla se encuentra sumergida en el atraso económico, sus ciudadanos carecen de libertades individuales esenciales y ahora reciben reformas que en definitiva fueron sus propios derechos escamoteados en el pasado los cuales pasan en estos momentos como grandes beneficios.

Vender sus propiedades personales como la casa o un auto y tener la capacidad de crear un negocio propio ahora aparecen como bondades extraordinarias del mismo régimen que las quitó sin clemencia.

Pero para todas esas culpas y atrocidades los detentores del poder absoluto cubano consideran que serán perdonadas en el futuro tal y como advirtió el pequeño Hitler cuando lo procesaron en los tribunales de Leipzig en la primavera de 1924.

“Los jueces de este Estado pueden condenarnos tranquilamente por nuestras acciones; más, la Historia que es encarnación de una verdad superior y de un mejor derecho, romperá un día sonriente esta sentencia, para absolvernos a todos nosotros de culpa y pecado”.

¿Se parecen estas palabras verdad? a “Condenadme, no importa, La historia me absolverá”. En fin, el sistema inflexible hace resurgir de manera diaria esa heroicidad que late en cada cubano de la isla quien resiste y sobrevive a los desmanes y trompicones del régimen bajo el sencillo principio orteguiano de que “ser héroe consiste en ser uno, uno mismo”

Los cubanos abrazaron ese sentimiento cuando forjaron el espíritu de la patria y se llamaron a sí mismos cubanos. El heroico pueblo llamado por el castrismo es otro de los ardides chovinista y manipulador con el que inmoviliza a la sociedad cubana hace más de medio siglo. La heroicidad de los cubanos es resistir a un gobierno que en muchos casos los obliga a lanzarse al mar en balsas. Cuba es un pueblo heroico, pero no es por el castrismo.

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