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La deliberada ignorancia de la realidad en Cuba


Raúl Castro Ruz conversa con el Embajador de España Carlos Alfonso Saldívar.
Raúl Castro Ruz conversa con el Embajador de España Carlos Alfonso Saldívar.

Ante el inexistente liderazgo de Estados Unidos, una parte importante de América Latina ha sido colonizada por esa especie de imperio de la desvergüenza que es la Cuba de los Castro.

La tiranía cubana busca denodadamente su aceptación como un régimen normal. No escatima ni esfuerzos ni recursos en la consecución de sus objetivos. Cuentan para ello, además, con muchos aliados y complicidades, abiertas o disimuladas. En primer lugar, tienen a su favor –lo cual es fundamental para su estrategia– el público desinterés de la actual administración de Estados Unidos, un gobierno caracterizado por una especie de buenismo bobalicón –sin dejar de ser culposo y peligroso– que promueve acercamientos con la tiranía, olvidando viejos y actuales agravios y desdeñando riesgos evidentes, amén de hacer dejación de los valores y fundamentos con los que se ha edificado Estados Unidos.

A partir de ahí, ante el inexistente liderazgo de Estados Unidos, una parte importante de América Latina ha sido colonizada por esa especie de imperio de la desvergüenza que es la Cuba de los Castro, como es el caso de Venezuela; o semicolonizada, al menos ideológicamente (los países del ALBA).

Por otro lado, sin la presión de Estados Unidos, Europa ha optado por desentenderse y, aunque con ciertas cautelas, se apresta a tender sus brazos a la dictadura militar cubana, a través del maloliente diálogo normalizador.

En América Latina arrecian las presiones para aceptar al castrismo como un régimen más o menos normal y, percibiendo la debilidad de la Administración de Estados Unidos, instan permanentemente para que Estados Unidos regularice sus relaciones con La Habana. Así, el Gobierno de Panamá invita con gozo a los Castro a participar en la próxima Cumbre de las Américas. El presidente de Uruguay, José Mujica, un antiguo terrorista Tupamaro, ahora reciclado en "bondadoso y decente" gobernante, clama para que se reconozca al régimen castrista bajo el principio de "unidad en la diversidad". La presidenta de Brasil, olvidando su pasado terrorista y de asaltadora de bancos, dice ahora que "respeta por igual a gobiernos democráticos y a dictaduras". Juan Manuel Santos, mientras negocia con la narco-guerrilla bajo los auspicios de La Habana, le pide encarecidamente a Estados Unidos que normalice sus relaciones con la tiranía y levante el embargo, argumentando que "uno puede tener una relación de trabajo con gente muy diferente". La presidenta de Chile, Bachelet, dice no estar segura de que en Cuba exista una dictadura. Y en Méjico el PRI, de nuevo en el poder, retoma alborozado su antiguo romance con el castrismo.

Existe una evidente hipocresía en todos estos posicionamientos, además de una deliberada ignorancia de la realidad. Hipocresía, porque Mujica, Rousseff y compañía no convivieron con, ni respetaron a las dictaduras de sus respectivos países, sino que las enfrentaron con métodos violentos, entrenados muchos de ellos en Cuba y siguiendo fielmente orientaciones de los servicios de inteligencia cubanos. Hipocresía de las autoridades panameñas, que han "olvidado" que su país fue de los primeros en ser agredidos por Castro y más recientemente el no castigado tráfico de armas cubanas a Norcorea. En fin, han olvidado (algunos incluso lo respaldan) que el régimen totalitario castrista ha estado siempre, y continúa estando, del lado del mal.

En efecto, en su momento, Ronald Reagan calificó a la hoy extinta Unión Soviética como el Imperio del Mal. Años más tarde, George W. Bush denominó como integrantes del "eje del mal" a Corea del Norte, Irán y el Irak de Sadam Hussein. La lista de regímenes canallas se ampliaría posteriormente con la inclusión de la Libia del Gadafi, Siria y algún otro. La Cuba de Castro ha sido y continúa siendo un miembro destacado de este maléfico Club. Esa es la realidad que obvian todos aquellos que defienden que se trate a esa pandilla como a un gobierno normal. Asimismo, pasan por alto –en realidad no les importa– la terrible realidad que ha vivido el pueblo cubano por más de medio siglo, y que se mantiene invariable esencialmente. Una realidad de absoluta falta de derechos, de miseria, de represión, de muerte, de exilio. La realidad de una tiranía que supera con creces a cualquier otra de las muchas que han padecido los pueblos de América Latina desde la etapa colonial a nuestros días.Todo esto les parece "normal" a muchos. Con semejantes delincuentes quieren establecer relaciones cordiales, de "colaboración entre diferentes".

No, la Cuba (o mejor dicho, la finca particular) de los Castro no es ni de lejos un Estado normal. Es la anormalidad absoluta; la anti-Cuba. Quienes sí lo saben bien son sus víctimas, los cubanos. Pese a todas las adversidades, muchos de ellos trabajan a pecho descubierto por hacer de su país un país normal. Saben que la tiranía no tiene salvación y que ninguna estratagema ni ninguna complicidad podrán sacar a flote a los tiranos. Más temprano que tarde, la historia barrerá con todo este horror y condenará sin paliativos tanto a los tiranos como a quienes han sido sus cómplices.

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