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El difícil presagio del futuro escenario de Cuba


Raúl Castro y su hijo, Alejandro Castro.
Raúl Castro y su hijo, Alejandro Castro.

Si no ocurre algún milagro, o un cataclismo, cosa improbable, los cubanos recibiremos como souvenir impuesto la sucesión de un gobierno que pase de los tenedores actuales a sus hijos, sus amigos, cuñados, primos y/o leales.

Todo era mucho más fácil cuando las cosas carecían de nombre y teníamos que señalarlas únicamente con el dedo. Para entonces, entre “esto” y “aquello” no había más diferencia que un gesto. Pero aparecieron las letras, las palabras, los párrafos y los sabiondos; y en claro contrasentido, ahora resulta más difícil describir con exactitud lo que se perfila como el futuro escenario cubano.

Desde épocas remotas todos perseguimos lo mismo; un cambio que dure y que traiga a Cuba lo mejor; un país plural, diverso, democrático y rebosante de alegría. Valga recordar que para eso lucharon también esos jóvenes que un 4 de agosto, un día como hoy, pero de 1955, fracasaron en ataque al Palacio Presidencial. Pero retomando el tema, si las cosas continúan por donde van actualmente, “el si pero no” y “el más de lo mismo” seguirán siendo una constante de la realidad nacional. No sólamente se trata de expresar lo que queremos, sino de comprender mejor la forma en que lo haremos.

Cuando alejo el corazón y me aferro a la razón, veo con pesadumbre, y con todo el respeto que a mi juicio merece, que la oposición cubana está destinada a pasar de una realidad social a una ficción literaria. Sí, son personas admirables que dejan la vida en las calles; pero el tener agendas paralelas y defender proyectos tan personalistas, se hace engorroso creer que puedan consolidarse como una alternativa política, mucho menos convertirse en un movimiento social mayúsculo y conquistador que, a la altura de estos tiempos, estimule la unidad.

Y no es que sea imposible; pero primero deben aceptar la inmensa necesidad de agruparse y reorganizarse, más que una unión tiene que ser un pacto. Competir como lo hacen para mostrar su aprendido liderazgo, es lo mismo que nadar en un desierto de ilusiones para alimentar el ego. Razón más que loable, pero que en nada ayuda a un país.

En tanto, ya sea desde la isla o desde el exilio, vemos transcurrir el tiempo con opiniones encontradas; los reyes de la prevaricación que forman hoy el grupo gobernante cubano nos muestran la sarta de herederos.

Todo apunta que si no ocurre algún milagro, o un cataclismo, cosa improbable, los cubanos recibiremos como souvenir impuesto la sucesión de un gobierno que pase de los tenedores actuales a sus hijos, sus amigos, cuñados, primos y/o leales.

Y no lo digo yo; lo demostró Sir Issac Newton en su ley de gravedad o gravitación universal: “las frutas caen cerca del árbol”. Quienes no lo quieren ver es porque apuestan demasiado a la transición funeraria, o porque pasan el tiempo obnubilados en ellos mismos.

Los legatarios del poder, los protagonistas de esta casi segura secuencia serán familiares de dirigentes que desde ya están ubicados en posiciones estratégicas; funcionarios partidistas con sobradas muestras de fidelidad; y militares que, como Raúl Rodríguez Lobaina, Lucio Juan Morales Abad, Onelio Aguilera Bermúdez y otros, formaron su lealtad al calor de las guerras de Angola, Etiopía, Nicaragua, etc.

Nuevos césares con capacidad para, como el agua, adaptarse al receptáculo de turno, entiéndase circunstancias; con la tarea de reestructurar el país e ir guiándolo hacia el “no sabemos”. Eso sí, dispuestos a luchar por mantenerse en el poder, y porque un día los cubanos, quebrados por el tiempo y los recuerdos, accedan a vivir en un olvido que permita coexistir a víctimas y victimarios. Una suerte de laboratorio dirigido por piratas que en lugar del parche en el ojo y leontina de oro, llevarán guayaberas bordadas y “La Patria” como patrimonio.

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