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Cuando los militantes reciben golpes


La queja de este funcionario quien, además, es miembro del Partido Comunista de Cuba no parecería tener cabida en la escueta sección de cartas al director del periódico Granma que, por razones obvias, no parece satisfacer todas las expectativas de aquellos que necesitan expresar su malestar al conjunto de la comunidad

La denuncia de la brutalidad policial en Cuba traspasa ya la frontera de la oposición y se cuela en la incipiente blogosfera de sello oficial. No es que esto tenga que devenir necesaria y rápidamente en una sonora ruptura de las bases del castrismo con la dirección del país, pero lo que de alguna manera se puede leer en signo positivo es que sí se inicia un debate sobre un aspecto tan delicado como es la desconfianza de la población con las fuerzas del orden, poco a poco pueden salir otros temas a colación. Y lo interesante es que el debate no se inicia precisamente en ningún espacio de envergadura nacional como podrían ser los medios estatales, sino en foros de Internet y redes sociales, celosamente vigilados y acotados, pero no necesariamente totalmente controlados, y no por falta de voluntad, sino por imposibilidad.

No se trata de un cambio, ni de un beneficio de las nuevas políticas raulistas, pero de algo puede servir el hecho que, poco a poco, el régimen dé herramientas a una parte de sus acólitos para que lo usen a favor suyo. Paulatinamente, el uso estrictamente permitido de la red puede convertirse en una arma que se gire en contra de la dirección del país como de hecho creo que ya ha pasado recientemente con un funcionario del ministerio de Cultura que ha usado Internet para denunciar una golpiza que unos policías presuntamente propinaron a su hijo un fin de semana en el que éste intentaba montarse a una guaga con una botella de ron en las manos.

La queja de este funcionario quien, además, es miembro del Partido Comunista de Cuba no parecería tener cabida en la escueta sección de cartas al director del periódico Granma que, por razones obvias, no parece satisfacer todas las expectativas de aquellos que necesitan expresar su malestar al conjunto de la comunidad. El hombre parece ser un miembro convencido del partido y defensor del sistema, en cuanto dice en su escrito que no se puede permitir que la policía revolucionaria caiga en los excesos que, según él, cometió la policía bajo el régimen de Fulgencio Batista. Su crítica, publicitada libremente en la red, podría acarrearle muchos problemas, algo que por el momento no sabemos, incluso desconocemos si pudo, como anunció, entregar una carta de queja dirigida a Raúl Castro. Algunos blogs de la Isla han hecho circular la información de este funcionario, que avisa sobre el "alarmante" crecimiento de la "brutalidad policial". Es más, pone en duda las campañas publicitarias del gobierno sobre la bondad de los policías revolucionarios y pide a sus amigos y conocidos que "se cuiden". Para ello muestra las fotos con el rostro de su hijo con las señales visibles de violencia física.

A raíz de la denuncia de este funcionario, han salido otras demandas en blogs oficialistas, como es el caso del de Francisco Rodríguez Cruz, un bloguero acólito del régimen quien, a raíz de todo esto, denunció por su parte otras arbitrariedades policiales que había experimentado él mismo en carne propia. En un tono medido, dado su aparentemente ciego compromiso con la dirección del país (o al menos eso es lo que proyecta de cara a la galería) pidió en su bitácora una investigación imparcial sobre los hechos.

La brutalidad de la policía cubana no es ninguna novedad para cualquiera que esté atento a la actualidad de la Isla. Los testimonios gráficos y audiovisuales de los abusos de los que son víctimas los opositores son abundantes y no dejan lugar a dudas. Las críticas que surgen ahora desde la esfera oficialista se unen a las de la oposición y la brutalidad policial se confirma por ambas vías. Si en Cuba funciona la lógica que reconoce la viralidad de este tipo de actitudes, que afloran gracias a la tecnología, es posible que el régimen se encuentre muy pronto con otros retos. El problema es que todas las alternativas que tiene al alcance son malas y todas redundan en lo mismo: una vez dejas la tecnología en manos del pueblo, sean los tuyos o tus oponentes, el precio que vas a pagar es el fin de tu monopolio informativo y, en consecuencia, de tu poder omnímodo.

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