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La revolución de los coroneles


Marino Murillo conversa con Raúl Castro en la Asamblea Nacional del Poder Popular
Marino Murillo conversa con Raúl Castro en la Asamblea Nacional del Poder Popular

La necesidad de reformas económicas en Cuba no es un capricho del General Raúl Castro por modernizar la isla. No. Es la opción, quizás la única, de mantener la continuidad y conservar el poder.

¿Quiénes son los artífices de la reformas? A falta de información, ya se sabe que debido al control riguroso de cifras y detalles, en Cuba hay que aprender a leer en claves y entre líneas: sus nombres y rostros son pocos conocidos.
Pero se puede afirmar que mayores, tenientes coroneles y coroneles, son en alto grado los diseñadores de la actual estrategia implementada por sus caciques superiores.
Los cambios en Cuba, aunque sean solo en apariencias, no comenzaron en 2006 con la llegada al poder de Castro II. Tampoco se iniciaron en los años duros de la década del 90, cuando la alta oficialidad pensó en serio aprobar la 'opción cero' y repartir raciones de comida por los barrios.
Quizás Felipe González y su asesor Carlos Solchaga estén orgullosos de haber puesto su grano de arena para que un obstinado y numantino Fidel Castro comprendiese que si no aplicaba fórmulas de mercado, su revolución sería barrida por el viento.
Mucho antes, tecnócratas uniformados aplicaron y estudiaron reformas económicas tomadas de otras latitudes. Y no precisamente de China. Años después del sonado fracaso de la zafra de los 10 millones, especialistas militares adquirieron experiencia de los métodos de trabajo en Japón. Se les antojaba que Japón tenía ciertas similitudes con Cuba.
Apartando la increíble productividad y sentido de pertenencia de los obreros japoneses a sus empresas, algo que no sucedía en Cuba, a los sesudos de verde olivo les interesaba las condiciones que impulsaron el desarrollo de un archipiélago sin recursos naturales, y que a golpe de creatividad, apoyo financiero extranjero (sobre todo estadounidense), y la alianza del Estado con un grupo de familias conocidas como 'saibatzu' auparon el despegue de la nación nipona en pocos años. Y después de ser el único país del planeta en haber sufrido las consecuencias de un impacto nuclear.
Y hacia allá viajaron. Los enviados militares contactaron primero con empresarios de Toyota, NEC o Sony. Esa experiencia se vertió en diversos estudios que aterrizaron en las oficinas de Raúl Castro y Julio Casas Regueiro, entre otros jerarcas.
Luego serían sorpendidos por las reformas chinas de finales de los 70. Mientras Fidel Castro ponía el grito en el cielo y acusaba a los chinos de traición al socialismo, los tecnócratas tomaban notas en sus cuadernos.
Cuando ya era inminente la caída del telón de hierro, las empresas militares poseían diversas fórmulas guardadas en la caja fuerte, esperando para ser aplicadas en caso de peligrar el poder.
No es cierto que la desaparición del Muro de Berlín tomó de sorpresa a los mandarines criollos. Sucede que el comandante único, quien siempre ha sido muy desconfiado, mantenía a raya a los reformistas militares y desechaba sus consejos por temor a compartir o ver menoscabado su poder.
La solución de su hermano Raúl fue atrincherarse. Y en un circuito cerrado poner en práctica las fórmulas estudiadas durante años. Fueron los militares los primeros en aplicar técnicas novedosas de pago, negocios mixtos y marketing en las empresas militares o la compañía turística Gaviota.
Después de las guerras en África, la alta oficialidad comprendió que el nuevo campo de batalla estaba bajo sus pies. Y en cuanto el díscolo Castro I se apartara, podrían aplicar una seria de reformas que les permitiera mantenerse en el poder.
La diferencia esencial de Fidel Castro con su hermano Raúl es que al primero le interesa el poder absoluto en tiempo real. Como él cree que es inmortal, nunca ha pensado en el día después de su muerte.
Los coroneles desean el poder de manera perpetua. A Raúl Castro, conspirador en estado puro, le gusta la idea. No es igual celebrar 50 años de revolución que hacer actos fastuosos por un siglo de gloria castrista. Y hacia esa meta se enfoca. Ya antes de la enfermedad que el 31 de julio de 2006 apartara a su hermano del trono, Castro II tenía en sus manos las riendas de la economía nacional.
Corporaciones verde olivo y sus coroneles como asesores han estado infiltrados en las pocas empresas exitosas que captan divisas en la isla.
Con Fidel Castro fuera del campo, se amplió la cancha de juego. Y los oficiales invisibles fueron haciéndose figuras públicas. Muchos son poderosísimos, como Luis Alberto López Callejas, yerno del General.
Otros son especialistas en diversas materias y leales a Raúl Castro. Dígase Marino Murillo, zar de las reformas, o Abdel Izquierdo, ministro de Economía. Estos coroneles reciclados que sustituyeron los calurosos trajes militares por guayaberas blancas, a día de hoy constituyen el pilar fundamental de las actuales y futuras reformas en Cuba.
Son los encargados de poner en practicar y supervisar los principales proyectos económicos: puerto del Mariel, hoteles en Varadero, campos de golf, minas de oro, prospecciones petroleras o cotos de caza destinados a turistas ricos. O las conversaciones secretas con emigrados cubanos millonarios, deseosos de invertir en su país. En lo económico, los coroneles empresarios tienen luz verde. Siempre que garanticen la continuidad del poder.
Esta nueva revolución enarbolada por el General y trazada por sus súbditos, pondría toda la carne en el asador. Negociaría un mejor trato migratorio con la diáspora. Podría permitir mayores libertades económicas a los ciudadanos cubanos. Daría participación en diversas esferas a la iglesia católica. Incluso, si el zapato les aprieta, autorizarían el pago de salarios de las firmas extranjeras a sus trabajadores.
Lo que por ahora no es negociable son las cuestiones políticas. En la agenda no entra el diálogo con la disidencia. Tampoco permitirán ciertas libertades políticas.
Estos tecnócratas negociarían directamente con Estados Unidos. Y a la administración de turno le prometerían mantener la estabilidad interna, combatir el tráfico internacional de drogas y mantener a raya el flujo migratorio ilegal, algo que desde hace 18 años se viene haciendo en cooperación con Estados Unidos.
Pero en cualquier proyecto pueden surgir imprevistos. En caso de ver peligrar su poder, debido a coyunturas internas, las corporaciones militares harían un reacomodo de fichas. Y a cambio de participación política, podrían negociar con algún grupo opositor o con disidentes menos 'conflictivos'.
El futuro de Cuba sin los hermanos Castro se decidirá dentro de 10 años. Quizás menos. Y los empresarios militares querrán tenerlo todo muy bien atado.
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    Iván García, desde La Habana

    Nació en La Habana, el 15 de agosto de 1965. En 1995 se inicia como periodista independiente en la agencia Cuba Press. Ha sido colaborador de Encuentro en la Red, la Revista Hispano Cubana y la web de la Sociedad Interamericana de Prensa. A partir del 28 de enero de 2009 empezó a escribir en Desde La Habana, su primer blog. Desde octubre de 2009 es colaborador del periódico El Mundo/América y desde febrero de 2011 también publica en Diario de Cuba.

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