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Sobre la naturaleza del caudillismo


A poster of Venezuela's President Hugo Chavez
A poster of Venezuela's President Hugo Chavez

No es necesario apelar a recursos extrasensoriales para llegar a la conclusión de que el chavismo prevalecerá en Venezuela con asesoramiento de militares y científicos sociales cubanos.

El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, ya es historia. Si respira o no ya no tiene importancia. Lo realmente trascendental es que el chavismo prevalecerá en Venezuela con el asesoramiento de militares y científicos sociales cubanos.

No es necesario apelar a recursos extrasensoriales para llegar a esta conclusión, basta hacer uso de la experiencia que recomienda el método empírico, con el compromiso bien entendido de aceptar la conclusión aun cuando el resultado eche por tierra lo que creíamos inequívoco.

El proyecto destinado a establecer una cabeza de playa cubana en territorio continental probablemente no hubiera sido posible sin el respaldo incondicional de Chávez, pieza fundamental en la creación de ALBA, acrónimo de Alianza Bolivariana para las Américas, mecanismo unificador sostenido por el petróleo venezolano.

Mientras la oposición venezolana gastaba sus energías en consultas populares
que casi siempre tropezaban con el muro de contención de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial afines a Chávez, los asesores cubanos preparaban sistemáticamente el terreno para darle continuidad al sistema aún sin la presencia del mandatario, como ya lo habían hecho en la isla tras la
enfermedad de Fidel Castro.

Diez años fue suficiente para pasar por el tamiz a los militares, infiltrar la oposición, controlar el registro civil y organizar la plebe como pueblo enardecido a la usanza de las tristemente celebres brigadas de respuesta rápida.

La cabeza de playa cubana ha rendido frutos adicionales: A través de ALBA ha creado las condiciones para que la cultura del caudillismo sea de nuevo el método idóneo de gobierno en Hispanoamérica.

Uno siempre quiere equivocarse al dar malas noticias, ya hay bastantes problemas sociales y económicos en todas partes para sumar otro que sugiere a los venezolanos el amargo destino del exilio cubano. No obstante, parece aconsejable tomar en cuenta estas experiencias y sacar de ellas algunas conclusiones, porque la globalización o internacionalización nos va acercando a inevitables choques culturales. ¿Cómo se las agenció Cuba para poner la pica en Flandes? El método empleado por el castrismo para propagar el absolutismo político como solución a los problemas de América Latina no es nada nuevo excepto por la dirección en que se mueve la cultura del caudillismo: ayer fluía de Sudamérica al Caribe y hoy fluye del Caribe a Sudamérica.

También ha sufrido un cambio radical, ha evolucionado hasta convertirse en caudillismo democrático, pero su discurso sigue siendo el mismo: procede conforme a lo dispuesto por una espléndida retórica que promete solucionar los problemas sociales más acuciantes pero luego obra verbalmente de acuerdo a los hábitos y costumbres de la cultura regional sin que se materialice el progreso colectivo. Por lo tanto, si en realidad la región desea ser dueña de su propio destino tiene que empezar por conocer su propio lenguaje y cómo se adquiere ese discurso que tiene un detonante.

Hasta fecha reciente bastaba invocar a John Locke para explicar el entendimiento humano como algo adquirido exclusivamente a través del aprendizaje, pero todo eso ha cambiado en los últimos años como resultado de nuevos estudios en el campo de la psicología, la antropología cognitiva y en particular los trabajos de investigadores científicos como Irenäus Eibl-Eibesfeldt sobre etología humana o biología del comportamiento humano: «Durante largo tiempo las ciencias humanas estuvieron dominadas por la idea de que el hombre es exclusivamente producto de la educación y por lo tanto pura cera en manos de los utópicos.

La caída de la utopía comunista del Este debería habernos hecho reflexionar. Cierto que el hombre es en una proporción bastante decisiva un producto de la educación, pero con la misma certeza también las adaptaciones filogenéticas de su especie determinan su modo de pensar, percibir y actuar».¿Por qué es importante hacer esta distinción? Son muchos los que piensan que Fidel Castro es el único responsable de lo ocurrido en Cuba o bien que con la ayuda de los soviéticos o del cuarto piso del Departamento de Estado norteamericano se las agenció para arrastrar a los cubanos al fatal experimento conocido por todos.

Sin duda, acontecimientos de la envergadura histórica del castrismo siempre son apuntalados por factores periféricos (los alemanes, por ejemplo, ayudaron a Lenin a entrar en Petrogrado en 1917), pero no deja de ser un argumento
ingenuo imaginar que un vuelco político de esa naturaleza pueda ocurrir sin el
concurso de una parte sustancial de la población local.

Ahora bien, las revoluciones guardan cierta semejanza con las cargas explosivas de uso militar, no liberan la energía acumulada por golpes o sacudidas más o menos fuertes, ni siquiera por un disparo, sino por la acción específica de un detonador.

Las revoluciones o las grandes convulsiones políticas también requieren la acción de un detonante, en este caso el lenguaje, no el idioma común a los habitantes de un país, sino las claves de un discurso relacionado con la forma en que cada grupo humano organiza la información proveniente de su entorno y el modo en que la utiliza. En otras palabras, Hugo Chávez en Venezuela o Fidel Castro en Cuba no podía llevar a cabo su proyecto revolucionario sin el concurso de la población local, pero ésta no podía convertirse a la acción revolucionaria sin que el detonante del lenguaje castrista o chavista desencadenara una tormenta de valores, costumbres y creencias largamente dormidas.

Ese conjunto de rasgos era susceptible de despertar y revitalizar un método cultural similar al que hizo época durante el reinado de Fernando VII; un lenguaje común capaz de revelar, por el análisis de su contenido, el perfil de aquellas mentalidades que alguna vez arribaron a las Américas pero nunca hicieron la transición al Nuevo Mundo. Por consiguiente, Chávez, Castro y sus seguidores se delatan por la organización y manejo de la información.

En su obra «Man and Mankind» (El hombre, la humanidad y los conflictos de la comunicación entre culturas), el profesor E.S. Glenn describe con mano diestra el instrumental adecuado para establecer diferencias y similitudes culturales entre grupos humanos, pueblos o regiones, como por ejemplo, algunas coincidencias entre las culturas eslavas e ibéricas; o conocer con mayor exactitud el contraste cultural entre los modos de conducta que asociamos con el hispanismo y el americanismo; el caudillismo y la democracia; el mercantilismo y el libre comercio.

Glenn plantea, en esencia, que en lo concerniente al manejo de la información algunos seres humanos prefieren las conclusiones categóricas: sí o no; evitan distinguir entre factores pertinentes y ajenos; y generalmente juzgan los hechos de acuerdo a la simpatía o la antipatía que éstos le ocasionan.

En cuanto a solventar las cuestiones que se derivan de la información acumulada, algunos seres humanos prefieren definir los problemas verbalmente; rechazan las hipótesis; y prestan poca atención a la observación, el detalle o la excepción. Conviene precisar, como lo recomienda Glenn, que la mayoría de las culturas conocidas probablemente comparten uno o más de los rasgos ya citados, pero cada cultura se inclina o es propensa a manejar la información y tomar decisiones de un modo característico y predecible.

Tomemos, por ejemplo, el discurso de Fidel Castro «Palabras a los Intelectuales», oportunidad que aprovechó el entonces gobernante cubano para formular la política cultural de la revolución. Un breve análisis de
contenido indica que en lo relacionado con la recepción y manejo de la información, el orador prefiere conclusiones categóricas: sí o no: «Cuáles son los derechos de los escritores y de los artistas revolucionarios? Dentro de la Revolución, todo; contra la revolución, nada». Este revelador edicto inspirado en la frase de Benito Mussolini «Todo en el Estado; nada fuera del Estado; nada contra el Estado»,tiene precedente en lo expresado por Fernando VII a su regreso a España luego de concluida la guerra de independencia contra Francia: «Quiero ser un rey absolutamente absoluto».

El modo en que una parte sustancial de la población cubana organiza y utiliza la información también se hace evidente en las palabras del otrora ministro cubano, Armando Hart Dávalos, en las Conclusiones del Primer Congreso de Educación y Cultura en 1971: «Bueno, pluralidad quiere decir que haya un teatro en el campo, que haya un teatro en la ciudad… Estas cosas gramaticalmente pueden entenderse como pluralidad… Nosotros, en el lenguaje político y en el lenguaje ideológico, la palabra pluralidad la
consideramos antidemocrática, antisocialista, antiobrera, anticomunista, o
no comunista, por lo menos en el lenguaje político».

Como puede verse, lo mismo en 1971 que en la actualidad, pluralidad no se traduce para el castrismo en diversidad de opiniones y partidos políticos representativos de todos los sectores de la sociedad dispuestos a compartir el poder; pluralismo para la cúpula gobernante cubana constituye un partido único de gobierno, más sofisticado pero conceptualmente igual al caudillismo continuista de Hugo Chávez, Juan Manuel de Rosas o Rafael Leonidas Trujillo.

El mismo Hart Dávalos así lo reconoce: «Cada uno de nosotros está en el deber de tener ideas… pero velemos porque ese pensamiento se ajuste a los principios del materialismo dialéctico… El pensamiento regido por el materialismo dialéctico es el único realmente científico… Desde luego, no caben entre nosotros, y las rechazaremos, ideas que vayan en contra de la política de nuestro Partido».

Pero esta conclusión categórica no sólo rechaza las ideas que vayan contra la línea partidaria, prohíbe incluso la duda, como asevera Castro en su discurso a
los intelectuales, sin distinguir entre factores pertinentes y ajenos: «Yo
considero que el campo de la duda queda para los escritores y artistas que sin ser contrarrevolucionarios no se sienten tampoco revolucionarios». En cuanto a
aquellos a los que el castrismo les pidió todo, manos, piernas brazos, como
en el poema «En tiempos difíciles» de Heberto Padilla, el orador juzga los
hechos por la simpatía o antipatía que le produce el objeto de su discurso: «Y el artista más revolucionario sería aquél que estuviera dispuesto a sacrificar
hasta su propia vocación artística por la revolución.

Quien sea más artista que revolucionario no puede pensar exactamente igual que nosotros». De modo que en el manejo de la información, el castrismo rechaza la pluralidad, exige afinidad de pensamiento, prohíbe la duda, delimita el espacio e hipnotiza su presa: «Si la preocupación de algunos es que la revolución vaya a asfixiar su espíritu creador, esa preocupación es innecesaria y esa preocupación no tiene razón de ser».

Peligroso ejemplo para una región recién salida de siglos de adicción a gobiernos autoritarios descubrir una versión moderna infinitamente más refinada de control de la información como jamás soñaran el argentino Facundo Quiroga o el boliviano Mariano Melgarejo.

Consecuente con el modo cognoscitivo de la cultura del caudillismo, el castrismo no percibe contradicción alguna entre prometer a los intelectuales un espacio creativo y condenarlos a la marginación social más tarde, porque este tipo de cultura no se detiene a reflexionar sobre ningún contrasentido, se conforma con buscar soluciones absolutas a los problemas vitales. En lugar de plantear una hipótesis, el orador prefiere la retórica: «¿Quiere decir que vamos a decir aquí a la gente lo que tiene que escribir? No, que cada cual escriba lo que quiera, y si lo que escribe no sirve, allá él.

Nosotros no le prohibimos a nadie que escriba sobre el tema que prefiera… Que cada cual exprese la idea que desea expresar. Nosotros apreciaremos siempre su creación a través del prisma del cristal revolucionario». De nuevo, el modo cognoscitivo que nos ocupa se expresa no por medio de una hipótesis concreta, por ejemplo, el respeto a la opinión ajena es la paz, dirigida a remediar el daño que señala, sino por un laberinto dialéctico al que le basta con solucionar los problemas verbalmente.

Por último, el orador omite la observación (no acepta objeciones); el detalle (no explica la circunstancia); o la excepción (descarta el pluralismo): «Contra la revolución ningún derecho. Y eso no sería ninguna ley de excepción para los artistas y para los escritores. Ese es un principio general para todos los ciudadanos».Este es el lenguaje de la unanimidad. El lenguaje castrista trasmutado ya en lenguaje cubano, descarta la observación, el detalle o la excepción porque en su visión cósmica existe sólo una verdad total y absoluta en cualquier plano de la vida, lo cual revela una relación cultural significativa con las culturas eslavas. Parece sorprendente, pero así como para la cultura rusa resulta complicado en extremo entender el concepto occidental de la concesión o la avenencia (compromise), la cultura castrista o el caudillismo latinoamericano en general también asume que «cualquier arreglo es una desviación de la postura correcta».

Por ejemplo, en una discusión con una delegación norteamericana que quería
que los acuerdos salieran por consenso en la UNESCO, en 1984, el entonces
ministro de cultura Armando Hart Dávalos, argumentó: «Miren, la forma más culta es la unanimidad». ¿Por qué la unanimidad? En la cultura castrista, rusa y
latinoamericanas suele prevalecer lo verbal sobre lo real, porque lo
correcto es más fácil de alcanzar por pensamientos y palabras que por acción.

De ahí que muchos eslavos y latinoamericanos crean que sólo cabe una posición y una solución ante los problemas de la vida, como lo demuestra la preferencia de éstos por el continuismo político, un partido único, una economía
centralizada o el populismo, mientras rechazan solapada o abiertamente la integración hemisférica (Acuerdo de Libre Comercio de las Américas), y la democracia representativa (Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y otros en la cerca).

Ahí está la clave de cómo opera el castrismo, la cultura del caudillismo, la cultura populista o como quiera llamársele: no admite discrepancia. La célebre antropóloga, Margaret Mead, lo vio claro desde el principio cuando poco después de concluida la Segunda Guerra Mundial, la Rand Corporation le encargó un estudio «sobre los problemas del carácter soviético», en el que llegó a la siguiente conclusión: «La idea anglo-americana del acomodo
político reside en la expectativa de que toda cuestión tiene por lo menos
dos lados, de suerte que una concesión representa una posición intermedia entre una serie de posiciones en cada una de las cuales se cree con sinceridad y se defiende resueltamente.

Sin embargo, los soviéticos creen que cualquier arreglo es una desviación de la postura correcta». La cultura castrista, rusa y latinoamericana están impregnadas de un rechazo medular al compromiso o la concesión, y una preferencia innata por la unanimidad, como lo advirtió con fina intuición política el profesor Luis Aguilar León.

¿Qué probabilidades hay de que cubanos y latinoamericanos logren organizar y utilizar la información sin recurrir a conclusiones categóricas ni soluciones meramente verbales? Mucho antes de que Noam Chomsky revolucionara la lingüística al proclamar que gran parte de la gramática es innata, Edward Sapir y Banjamin Whorf formularon una hipótesis según la cual «La percepción de la realidad varía con la lengua del hablante.

Los hablantes de lenguas diferentes se hallan predispuestos, por consiguiente, a percibir la realidad de diferentes maneras». Los etnolingüistas (antropólogos interesados en la relación entre lenguaje y cultura) nunca se han puesto de acuerdo sobre si realmente los elementos lingüísticos definen la experiencia como sugiere la llamada hipótesis Sapir-Whorf. Sin embargo, no hay que ser un especialista para percatarse dela presencia de un patrón lingüístico estrechamente relacionado con el comportamiento de las figuras políticas que
hemos analizado a través de sus discursos ydeclaraciones.

En su conocida «Carta a Plutarco» de fecha 19 de junio de 1904, Enrique José Varona, le cuenta al ilustre varón que la isla «aunque no muy poblada, compensan sus habitantes la falta de cantidad con la sobra de calidad. Somos pocos, pero todos ilustres.

Nuestra historia no es historia, sino epopeya. Nuestros hechos no son hechos, sino hazañas. Excepto la talla, todo en nosotros es grande, todo admirable, todo mayor de la ordinaria marca». Esta carta fue escrita hace más de un siglo;
es de esperar que si alguien la vuelve a citar dentro de cien años, la región haya madurado lo suficiente como para gozar de una mayor estabilidad.

Por ahora, con un Hugo Chávez que pretende gobernar más allá de la muerte no parece que las cosas vayan a cambiar en fecha próximas. No obstante, las cosas no llegan cuando uno lo desea, sino cuando las condiciones culturales y materiales lo permiten, en la misma medida que la democracia liberal tardó más de dos mil años en concretarse y el helicóptero inventado por Leonardo da Vinci en el siglo XVI no vino a materializarse hasta el siglo XX.

Por lo tanto, como advierte Arthur Schopenhauer, cambiar no es cosa de coser y cantar: «Puesto que el hombre en su totalidad es sólo la manifestación de su voluntad nada puede resultar más absurdo que, partiendo de la reflexión, querer ser algo distinto de lo que se es».
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