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A más represión, más sanción


El hecho es que la política de mano tendida no ha traído beneficios substanciales para los cubanos que quieren algún día dejar de ser la comparsa de las locuras y ansias de trascendencia de Fidel Castro.

Para aquellos que siguen la actualidad cubana a diario, marcada inevitablmente y de forma cotidiana por un suceso continuo y consecutivo de arrestos, detenciones y golpizas contra la oposición, se hace extraño oír hablar a algunos políticos que tienen en sus manos el decidir las acciones a tomar frente al régimen castrista, sea en Europa o en Estados Unidos. Ante la nueva escalada represiva contra la disidencia, que no se traduce en encarcelamientos de larga duración pero sí con arrestos diarios, desde instancias como la Unión Europea (UE) habría que empezar a exigir la recuperación de las sanciones contra el régimen castrista. Porque una cosa está clara: reprimir no puede salir gratis.

Durante muchos años el antiguo ministro de Exteriores español, Miguel Ángel Moratinos, abogó por el diálogo incondicional con el castrismo; sus viajes a la Isla se convirtieron en una especie de escarnio para todos aquellos que abogan por la democracia. Tal actitud no podría ser consecuencia de otra cosa que no fuera el minusvalorar las circunstancias de los opositores en la Isla, el percibir a unos dictadores como los menos malos del mundo -y por consiguiente tolerables- o el aceptar que un mínimo cambio en la superficie cutánea del sistema convertía directamente esta dictadura en soportable para los cubanos y sostenible en el tablero de intereses internacional.

El hecho es que la política de mano tendida no ha traído beneficios substanciales para los cubanos que quieren algún día dejar de ser la comparsa de las locuras y ansias de trascendencia de Fidel Castro para empezar a vivir sus propias vidas de la misma forma que lo hacen millones de personas en el mundo cada día, en libertad y con naturalidad. En 2003, tras las detenciones de la Primavera Negra, la UE impuso sanciones contra el gobierno cubano que luego fueron suspendidas, temporalmente en 2005 y de forma definitiva en 2008. Sin embargo, nada de esto logró que soltaran a los 75 opositores presos en la razia de marzo del 2003.

Tuvo que producirse un hecho dramático para que hubiera algún tipo de movimiento de ficha en el régimen, una reacción impulsada por la presión más que por una decisión tomada libremente por el gobierno de los Castro. Murió Orlando Zapata Tamayo en huelga de hambre, y esta muerte desencadenó una ola de presión internacional que fue la que consiguió que, finalmente, el régimen hiciera lo que hasta ese momento se había negado a hacer: liberar a hombres inocentes encarcelados por sus ideas. La presión y la condena funcionó, aunque a medias, porque las liberaciones de presos fueron únicamente destierros, es decir, liberaciones condicionales.

Desde 2003 todo lo que se ha conseguido del régimen cubano ha sido a base de empujones. Es por ello que sería pertinente que, al menos en el marco europeo, alguien pudiera plantear pronto la recuperación del paquete de sanciones que fueron archivadas en 2008. Esas sanciones, que fueron alegremente levantadas por capricho del ministro Moratinos, consistían en la limitación de visitas gubernamentales de alto nivel, la reducción de la importancia de la participación de los países de la UE en las manifestaciones culturales cubanas y estrechar los lazos con la oposición, invitándola por ejemplo a las recepciones que se dan en las embajadas en La Habana.

Dirán que las relaciones internacionales y entre países no se basan en ideales o principios sino más bien en intereses y cuestiones prácticas y, por esto mismo, tocar esa tecla no puede resultar pertinente ahora. Lo que es evidente es que cuando no se puede esconder más el rechazo que genera un dictador entre la población y la opinión pública internacional, los gobiernos del mundo no tardan mucho en cambiar de discurso. De esta manera ha sido posible ver, con poco tiempo de diferencia, imágenes chocantes como por ejemplo el recibimiento a Gadafi por parte de Nicolas Sarkozy en el Elíseo, y recientemente, lo más antagónico a esto, la llegada del presidente francés a Trípoli, acompañado del primer ministro británico, David Cameron, para apadrinar al nuevo gobierno libio, el que se alzó tras el derrocamiento del antiguo amigo. No es que Gadafi fuera mejor en 2005 y peor en 2011. Lo que ha provocado el giro en algunos gobiernos europeos no han sido los cambios de actitud del dictador sino la percepción de este dictador en la opinión pública internacional, en medio de la agitación de la Primavera Árabe. Así pues los abrazos y encajadas de manos que los gobiernos democráticos puedan dar a un dictador no son más que parte de una representación diplomática que en cualquier momento puede cambiar. Los Castro no serán una excepción cuando llegue el momento.

El régimen ha sustituido los encarcelamientos de larga duración por el arresto diario, el sitio de hogares, las citaciones y las amenazas. Esta represión diaria y sistemática no puede salir gratis ni al régimen ni a todos los que, dentro de Cuba, ponen brazos y manos para reprimir a los opositores. La UE debe sancionar de nuevo al régimen castrista porque al fin y al cabo, por mucho que de cambio y reforma se vista el régimen, dictadura se queda.

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