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Caso Gross: el último show de Fidel Castro


Una persona sostiene una pancarta en la que pide que sea liberado el contratista Alan Gross.
Una persona sostiene una pancarta en la que pide que sea liberado el contratista Alan Gross.

Raúl sólo puede opinar de los temas de gobierno; pero lo relacionado con cualquier acercamiento o distanciamiento entre Cuba y los Estados Unidos, únicamente compete al señor Monarca en Jefe.

En la noche del 31 de Julio del 2006, el entonces secretario personal del Presidente de Cuba, Carlos Valenciaga, anunció por televisión que por “una crisis intestinal aguda, y una complicada operación quirúrgica”, Fidel Castro delegaba, de forma provisional, los cargos de Primer Secretario del Partido Comunista y Presidente del Consejo de Estado, a manos de su hermano el General de Ejército Raúl Castro.

Más tarde, el Comandante en jefe, acostumbrado a nadar en el lodo de la soberbia, anunció en el periódico Granma, que no se postularía a un nuevo mandato presidencial, y subrayó la necesidad de preparar “psicológica y políticamente” al pueblo para su ausencia. Todo parecía situarlo en un callejón con salida al cementerio.

Y así, el ex Ministro de Las FAR, obcecado por el runrún de la filosofía oriental, y en especial del pescado en salsa mensí, asumió oficialmente las riendas del poder isleño el 24 de febrero de 2008 haciendo especial hincapié en que las “decisiones importantes” serían todas consultadas con su intrépido y avezado hermano Fidel.

Desde entonces, el también longevo pero recién estrenado gobernante, se mueve como un alpinista que aferrado al avalung necesita asegurar cada una de sus decisiones. En el nuevo reparto actoral de una puesta que le apuesta al tiempo, Raúl sólo puede opinar de los temas de gobierno; pero lo relacionado con cualquier acercamiento o distanciamiento entre Cuba y los Estados Unidos, únicamente compete al señor Monarca en Jefe.

La detención del contratista americano Alan Phillip Gross le viene como anillo al dedo, y posteriormente la sanción a 15 años de privación de libertad, por lo que bien pudiera ser un simple desparpajo aduanal, se convierten en los Christian Loubotin “Daffodile” sobre los cuales se trepa el extravagante Fidel, que habituado a inventar crisis y navegar sobre ellas, le sirven para llamar la atención, alimentando el viejo mito del sempiterno enemigo, y mantenerse vivo.

Así se explica el por qué cuando la secretaria de Estado de los EEUU, Hillary Clinton, afirmó con solidez que el contratista estadounidense no era espía ni agente de inteligencia, y que debía ser una decisión del gobierno cubano liberarlo; La Habana juega el ajedrez en un tablero verdeo olivo. La Directora de la División USA del Ministerio de Relaciones Exteriores Josefina Vidal, cantinflea con premura de peón, al decir que el gobierno cubano está dispuesto a iniciar conversaciones con su homólogo norteamericano para normalizar las relaciones entre ambos países, y encontrar una solución humanitaria al caso del contratista preso. Por otro lado, el jefe de la Sección de Intereses de Cuba en Washington, el señor Jorge Bolaños, es usado como experimentado alfil para capear el temporal; hablando en tono festinado, sobre las condiciones de vida y del estado de salud del detenido Alan Gross. Como si estar preso en Cuba fuera igual que disfrutar de un All Inclusive Vacations&Resorts en Bora Bora.

Jugador impertinente e impenitente pero con las baterías en “low”, sin posibilidad de “full” el Comandante (Rey) prepara una reflexión, y con ello la penúltima actuación de la reina (El General). Alan Gross, cumplió su cometido, será liberado sin exigir nada a cambio.
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    Juan Juan Almeida

    Licenciado en Ciencias Penales. Analista, escritor. Fue premiado en un concurso de cuentos cortos en Argentina. En el año 2009 publica “Memorias de un guerrillero desconocido cubano”, novela testimonio donde satiriza  la decadencia de la élite del poder en Cuba.

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